Vivir, existir. Situarse “ante” la vida, eksistere, como decía Heidegger, es la tragedia del humano. Viviente que advierte la finitud, el zazen, dice el maestro Taisen Deshimaru, lo prepara para la muerte y así hace de la vida la densa corriente de la nada a la nada que glorifica el instante. Y las artes marciales, dice el maestro Taisen Deshimaru, que enseñan la defensa y el ataque, pues la vida es lucha, conflicto. Con la naturaleza y sus poderes incontrolables; con los otros, sus apetitos, sus trampas acechantes; consigo mismo en la ignota decisión de lo no querido y sin embargo actuado, de lo no realizado y sin embargo querido.
Hilflosigkeit, desamparo, desvalimiento que acompaña al recién nacido hasta el final de sus días. Pues ¿qué es la pregunta de la Esfinge sino una advertencia que Edipo ignoró?: “Ahora que caminas en tus dos piernas, que tus pies pisan firme la tierra en que has de reinar, recuerda tu invalidez del inicio, cuando en cuatro apoyos te movías torpemente; anticipa la fragilidad que te hará reclamar el bastón piadoso de un hijo cuando precises que en la vejez te sostenga”.
Acechanza de la muerte que nos diferencia del Horlá, el doble que acosaba al protagonista del cuento de Maupassant 1, quien sólo iba a morir en día y en hora precisada. ¿Cómo es que el hombre ríe, entonces, ante los riesgos que a cada instante lo amenazan, cómo duerme, plácido, sin seguro despertar? Y sin embargo el hombre ríe, sueña, canta y baila. Y hasta reproduce el horror del espejo borgeano en la paternidad que rechazaba el viejo y ciego poeta.
Hilflosigkeit, real que persiste, invitó al hombre, desde tiempos inmemoriales, a sus respuestas. Si el sol nos alumbra y su luz nos protege de las fieras de la noche, aceptarlo como un Otro al que mi plegaria puede inclinar su voluntad fue una respuesta. ¿La lluvia escasea el agua, garante de nuestro sustento? Una ofrenda, un sacrificio, y el dios de la lluvia nos devolverá con el agua fecundante, la semilla crecida de la diosa Tierra. Deméter o Pachamama, dios del sacrificio azteca o ancestros divinos del shintoísmo, su protección fue invocada y sigue siendo reclamada, pues la fragilidad persiste.
¿Cómo, no vinieron acaso la ciencia y sus desarrollos tecnológicos a ofrecer sus respuestas? ¿No puede, acaso, predecirse desde esa mirada panóptica que es el moderno satélite meteorológico, el inicio, la magnitud y el recorrido probable de un huracán? Ciertamente, la ciencia creyó que podría suplir al texto religioso con sus avances y sus consecuencias. Muchas de las respuestas que las religiones milenarias dieron a los fenómenos naturales hoy son tomadas en su valor metafórico. Cada día de la creación habrían sido para Yahvhé millones de años. O bien puestas a cuenta de la limitación humana del escriba, del amanuense.
Pero también la ciencia muestra sus límites cuando no puede definir las opciones morales y éticas que sus aplicaciones hacen posible. ¿Es bueno o es malo tirar una bomba en Hiroshima? ¿Conviene a la humanidad gastar costosos recursos en discapacitados, o sería mejor, como lo proclamó y realizó el ideal ario, eliminar a quienes se distancian del “mejor modelo”? La ciencia interrogó los cuerpos celestes y permitió, como lo expuso Alexandre Koyré, pasar de un mundo cerrado a un universo infinito 2. La luna dejó de ser una diosa para albergar en su suelo el pie humano, aquel del que Edipo olvidó su hinchazón. También la ciencia avanzó en los misterios de la vida. Hoy el genoma del hombre y de otros seres vivos, vegetales y animales, permite incidir en la reproducción que deja de ser reproducción para ser creación. También en esta dimensión, el hombre creador sustituye al dios de la creación. Nuevas semillas transgénicas convierten en fértiles, tierras yermas. Vacunas impensadas han hecho viable una progresión demográfica que hace, de nuestros antepasados prehistóricos, hombres y pueblos solitarios. Ya no es ciencia ficción que nuestro ojo se extiende, en tiempo real, a los confines del planeta; que nuestros oídos reciben las vibraciones de lenguas lejanas, con sus costumbres, sus ritos, sus cantos, sus plegarias, en una corriente avasalladora que se llama globalización: de las noticias y los eventos, las catástrofes naturales y las competencias deportivas, las guerras y los encuentros de naciones y continentes.
Sin embargo, la ciencia, aunque resolviera, por ejemplo, el problema grave de la contaminación ambiental, no puede responder a ciertas preguntas, a las que excluye: ¿cuál es el sentido de la vida, por qué existir y no dejar de existir, y de qué modo, al precio de matar millones como sucedió con los imperios y fue llevado al extremo en el siglo precedente? ¿Qué es vivir feliz, lo que le sucede al otro me concierne? ¿Qué especifica la condición humana, es válida esta pregunta? Si lo fuere, ¿cuándo se pierde la esencia que la constituye? Un “mundo feliz”, como decía Aldous Huxley, ¿sería un mundo envuelto en el goce de la droga y ausentado del amor? ¿Qué es el amor? ¿Qué es el deseo? ¿Qué es el goce? ¿Valen lo mismo estos tres cuando se anudan que cuando están desanudados? 3.
Y así podría seguir. Son las preguntas que la ciencia no responde porque no está en su estructura formularlas. La ciencia, en su vertiente moderna, ha sido y es otro trato con lo Real, uno de los pocos senderos que encontró el hombre para develar algo de lo Real. Que resolvió y resuelve infinidad de graves problemas, que abrió horizontes impensados. Y es de suponer que lo seguirá haciendo. Pero la ciencia no puede responder por el valor de sus aplicaciones. Tampoco por el valor de la existencia, del buen sentido vectorial de su realización.
Paradoja: a esto respondió la religión y lo hace aún hoy en sus distintas versiones. Al precio de persistir, según decía Freud, en una ilusión: Die Zukunft einer Illusion 4, el porvenir de una ilusión, dijo Freud: que un Dios-Padre-Protector hizo un plan integral para nuestro bien.
“Tan cierto como que Dios vela por nuestro bien”, así decía Hirsch Hyacinte, vendedor de lotería, prometedor de la suerte sumido él mismo en la miseria, protagonista de uno de los chistes del gran poeta alemán Heinrich Heine y citado por Freud.
Como los dioses ya no hablan, los ritos y sus oficiantes cubren sus silencios.
Como la ciencia no resuelve las preguntas más acuciantes de la existencia, ni el desencuentro inexorable entre los hombres y de cada uno consigo mismo, las religiones persisten, aun recortadas en su poder y en su saber.
¿Cuál es el tercer trato con lo real que el título anunciaba? No es casual que fuera hijo de este tiempo, cuando la ciencia ya había hecho su recorrido encomiable en el trato con la physis así como en el desmantelamiento de la verdad revelada de las religiones. No es casual que su inicio fuera el límite del fracasado saber médico del siglo XIX, el que sustentaba en la biología, la física, la química, la naciente bacteriología, su lucha contra el resabio religioso del vitalismo.
Sí, el psicoanálisis, tercer trato con lo real, es hijo del fracaso médico.
Como tantas veces fue recordado, las histéricas de la Viena imperial hicieron escuchar en sus síntomas la palabra amordazada que la ciencia ignoraba. No por maldad o por dogmatismo. Es que no entraban en el paradigma de su territorio las preguntas a las que esos síntomas respondían: ¿qué es una mujer, qué es el sexo, qué es el sexo de una mujer?
Reducir “la histeria” al movimiento del útero no fue sólo ignorancia es el límite de las coordenadas que encuadraban su territorio.
Freud fue un precursor. Su descubrimiento fue que un software funciona sin que la pantalla lo registre. Salvo en indicios indirectos, como el reloj de arena que señala el funcionamiento del ordenador. O las imágenes a las que dan forma los pixeles. Su invención trastroca nuestra creencia en un saber racional consciente de nuestros actos que nos garantizaría la verdad y nos protegería del error. Inconsciente llamó Freud a este otro saber que no se ofrece a la pantalla de la conciencia.
Pero fue un precursor: lo descubrió antes que la lingüística moderna hiciera su curso, antes que la lógica matemática se extendiera de Frege a Russell, de Cantor a Gödel, antes que la antropología de Lévi-Strauss 5 nos diera las estructuras elementales del parentesco o el estudio de los mitos y sus mitemas.
Tres grandes mitos, Narciso, Edipo y Tótem y tabú fueron hitos de la obra freudiana que aguardaron la explicitación de su lógica para alcanzar la dimensión de su genio. En ellos desplegó la vertiente imaginaria del yo narcisístico, la articulación simbólica que define la identificación al propio sexo en el desfiladero del Otro, y la mítica presencia instituyente, en el inicio, de un padre del goce. Real del goce anudado a la palabra que hace de un organismo un cuerpo.
El psicoanálisis no ofrece los consuelos de la religión. El psicoanálisis no alienta el progresismo ingenuo, ni la respuesta sin sujeto de la ciencia lo conforma. Se inscribe en la tradición de las luces, no es un irracionalismo más, acepta las reglas del método científico en cuanto articula la teoría a lo real de una práctica. Pero, a diferencia de la ciencia, el psicoanálisis ubica como objeto de su teoría y de su práctica al sujeto. Objeto de la teoría y eje de su práctica, en la que sostiene una ética: no ceder en su deseo. Pues sin él, el sujeto desdice del gusto de la vida aunque el goce lo tiente con la plenitud del ser.
1. Maupassant, Guy de, El Horla, Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1988, pág. 73.
2. Koyré, Alexandre, Del mundo cerrado al universo infinito, Siglo Veintiuno de España editores, España, 1979.
3. Vegh, Isidoro, El prójimo. Enlaces y desenlaces del goce, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2001.
4. Freud, Sigmund, El porvenir de una ilusión (1927), Volumen XXI, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979.
5. Lévi-Strauss, Claude, Antropología estructural, Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), Buenos Aires, 1968. Y Las estructuras elementales del parentesco, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1969.
* Psicoanalista.
Fuente: pagina12.com
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