Un desfibrilador externo semiautomático, en el restaurante Real Café Bernabéu, en Madrid.
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Varios ejecutivos de mediana edad asisten a una comida de negocios en un prestigioso restaurante. No sólo comparten vino, abundantes viandas y unos puros, sino también una buena dosis de estrés y tensión. En los cafés, uno de ellos empieza a encontrarse mal, siente dolor en el pecho, mareo, náuseas, y finalmente se desvanece. Con toda probabilidad, ha sufrido una fibrilación ventricular, un tipo de arritmia que causa muerte súbita si no es tratada en los primeros diez minutos desde la aparición de los síntomas. En ese momento, disponer de un desfibrilador semiautomático, un aparato que restablece el ritmo normal del corazón, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Con el fin de prevenir los casos de muerte súbita, que en un 80% se deben a un episodio de fibrilación ventricular, más de 30 restaurantes de Madrid han constituido, con el apoyo de la Fundación Española del Corazón (FEC), la Red española de Restaurantes Bajo Protección Cardiaca. En consecuencia, a partir de ahora conocidos restaurantes como Pedro Larumbe, Sant Celoni, Combarro, Gaztelupe, Txistu o Asador Donostiarra, entre otros, contarán con desfibriladores para que sus comensales conjuren los riesgos de un ataque al corazón.
“El desfibrilador debe estar ahí, y la gente tiene que estar lista para utilizarlo”, explicó en la presentación de la red el director del Instituto de Tórax del Hospital Clínic de Barcelona, Josep Brugada. A su juicio, esta iniciativa debe servir para ubicar estos aparatos resucitadores no sólo en restaurantes, sino en todos los lugares donde pueden ser necesarios, como empresas, centros comerciales, aeropuertos o recintos deportivos. “Con que salvemos una sola vida, hemos ganado”, añade Brugada, que estima que si hubiera desfibriladores en los lugares convenientes, se salvarían unas 700 vidas anuales en España, donde mueren 35.000 personas cada año por muerte súbita cardiaca, en su mayoría por no recibir asistencia a tiempo.
Para José María Cruz, vicepresidente de la FEC, esta iniciativa es sólo el comienzo, ya que la red se extenderá a otras ciudades como Barcelona y Sevilla; mientras que el presidente de la distribuidora de los desfibriladores de la marca General Electric, Juan Alfonso Zamorano, cree que la legislación laboral debería regular la presencia de estos aparatos en todos los centros de trabajo.
Por último, apoyan esta iniciativa el ex senador Juan José Laborda, que fue víctima de un ictus en 2004 y destacó la importancia de tratar a tiempo al paciente, y el actor Arturo Fernández. El veterano cómico abogó por que haya desfibriladores en todas partes, si bien dejando claro que “las grandes depredadoras del corazón son las mujeres, que siempre se lo roban a los hombres”.
Salvar una vida, al alcance de todos
Los desfibriladores externos semiautomáticos están diseñados para su uso por personal no médico. Aunque lo ideal es recibir una formación mínima, el aparato, que cuesta unos 2.300 euros, puede utilizarse tan sólo siguiendo las instrucciones que dicta una vez activado. Según Josep Brugada, no hay que tener miedo a usarlo porque el paciente no será dañado en ningún caso, pues es el propio dispositivo quien decide si emite o no la descarga eléctrica según los datos que recibe del enfermo.