Valentino Rossi mira atrás- EFELe ha costado horrores, pero él es educado y pidió disculpas por haber tardado más de la cuenta. "Perdonar el retraso", ironizaba la camiseta que Valentino Rossi (Urbino, 1979) se enfundó en Motegi y que conmemoraba la consecución de su sexto título mundial de MotoGP y el octavo que acumula desde que debutó en 125cc (1996) como piloto profesional. Tras perder la hegemonía frente a Nicky Hayden en 2006, el mejor embajador de la historia del motociclismo ha recuperado la corona. El mundo motero coincide en que se trata de la mejor noticia que podía recibir un deporte tan especial, en el que por obra de Rossi el protagonismo de las máquinas se mide de frente al carisma de un genio. Con el trofeo, el italiano engrandece aún más su leyenda porque vuelve a proclamarse campeón tras haber capitulado los dos últimos años, algo que sólo había logrado su compatriota Giacomo Agostini. En caso de que el corredor de Tavullia no llegue a igualar los ocho mundiales de Ago en la categoría pesada, las circunstancias en las que compite ya le sitúan en un plano superior.
Rossi es el motociclista que más triunfos ha conseguido en la máxima categoría (70). Es el único que se corona en tres categorías [500cc, MotoGP de 990cc y MotoGP de 800cc] y cuatro motos distintas [la Honda de quinientos y la MotoGP de 990cc, y las Yamaha de MotoGP de 990cc y 800cc]. Si antes del gatillazo nadie se atrevía a limitar su talento, mucho menos ahora que ha recuperado el trono y que lo ha hecho de forma estrepitosa: con una victoria sin remedio, la quinta consecutiva y la octava del curso, tres carreras antes del final y por delante de Stoner y Pedrosa, sus dos principales oponentes. Le valía con terminar en el podio, pero Rossi no es de los que amarra.
Pocas cosas podían hacerle más feliz que cantar el alirón en Motegi. El circuito japonés es propiedad de Honda, la fábrica que le dio entrada a MotoGP y que después le menospreció. Desde allí se aseguraba que los éxitos que iban acumulando juntos se debían, por encima de todo, a las excelencias de la moto que los ingenieros japoneses, tan eficientes y formales ellos, ponían a disposición de su empleado más extravagante y disparatado. Ahora, años después de abrirle la puerta de atrás y ponérselo fácil para fichar por Yamaha, le tentaron para que volviera, y él se dio el gustazo de darles con la puerta en las narices antes de renovar hasta finales de 2010 con la marca de los diapasones. Más allá del pastizal que le pagan, Yamaha se rinde ante él desde que en 2004 le devolviera el cetro de MotoGP, doce años después del logrado por Wayne Rainey.
El bloque que forman Rossi y su M1 es inalcanzable. A ello ha contribuido sobre todo la decisión que el italiano tomó a finales del ejercicio pasado, cuando se aseguró los neumáticos Bridgestone para este campeonato. Con un buen motor, rápido y fiable; un chasis de lo más manejable y unos neumáticos que se agarran al cemento, el corredor de las mil sonrisas se ha visto flamenco. Se maneja igual de bien cuando circula a toda mecha en la moto que cuando se baja. El hombre de las frenadas y los adelantamientos imposibles es también la referencia perfecta para ingenieros, mecánicos y técnicos, que atienden a sus diagnósticos como si trataran con un psicoanalista. Él solito fijó los males de la M1 de 2007, y a base de reuniones, algún grito y muchos kilómetros, la ha convertido en un torpedo.
Un año después de que Stoner se consagrara, la Ducati no parece tan rápida. El cambio es obra y gracia de Rossi, que, mientras engrandece su leyenda, mira a sus rivales a los ojos y les hace saber que, a pesar de tener 29 años, aún se divierte en la moto. Una suerte para todos.