martes, 25 de septiembre de 2007

1124. Tuvimos que enfrentarnos contra la indiferencia e incomprensión de la sociedad española de los años sesenta y setenta. Nos llamaban locos...


Blas entrenando en el Cerro de los Ángeles

8. Éramos jóvenes que andábamos buscando algo más

José García Fernández (el señor García), era una persona muy influyente en CASA. Era el hombre de confianza del INI. Tenía, en la empresa, más poder que el director y entre sus aficiones se encontraba una gran pasión por el atletismo.
El responsable del deporte era José Mingo Guerrero (Mingo), que también estaba muy interesado en cuidar la imagen atlética de los alumnos de la Escuela de Aprendices, a los que daba clases de gimnasia y hacía correr todos los días.
Al iniciar mi actividad laboral en CASA cerca de estas dos personas (el señor García y Mingo), se me facilitó durante algún tiempo la posibilidad de poder acudir a entrenar durante mi jornada de trabajo, a las instalaciones deportivas donde asistían a dar sus clases los jóvenes aprendices.
Todos los días a las 10,30 me ausentaba del trabajo, me iba a entrenar y volvía a la oficina a las 11,30. Como el “manda más” me lo permitía y aunque a mis jefes no les parecía bien no les quedaba más remedio que aceptarlo, en contra de su voluntad; que era que yo me quedase trabajando.
La pista de atletismo, donde entrenábamos, estaba cubierta de carbonilla, se corría con bastante dificultad y mientras no te caías todo iba bien. Pero si tenías la mala suerte de dar con tus huesos en el suelo, que no era nada raro, debido a las irregularidades del terreno, ya podías estar contento si no salías despellejado por el contacto con el cisco.
El entrenamiento consistía en dar vueltas a la pista y a las canteras, que así se denominaba el terreno donde se encontraba la zona deportiva.
Las canteras estaban siempre con agua de lluvia, que no desaparecía en todo el año.
Recuerdo que hice un descubrimiento que me llamó mucho la atención. Fue ver corriendo por la pista a un chico de unos quince años, con una piedra que sujetaba con las manos a la altura del pecho.
Este método lo utilizaba el profesor para corregir la tendencia que tenía el joven a correr inclinándose hacía atrás. Era un procedimiento de entrenar surrealista que había que acatar, ya que por entonces no se podía protestar, y además parece que no le debía ir muy mal, debido a lo mucho que corría Jesús Coronel, cuando no llevaba la piedra en las manos. Tenía excelentes facultades físicas.
Ante mis ojos van desfilando como excelentes retratos, los nombres de una serie de personas empeñadas en intentar descubrir y desvelar como debería ser un ser humano libre. Éramos jóvenes que andábamos buscando algo más. Nos unía nuestro amor al atletismo.
Tuvimos que enfrentarnos contra la indiferencia e incomprensión de la sociedad española de los años sesenta y setenta. Nos llamaban locos. Que nos fuéramos a trabajar y nos dejáramos de tanto correr. Las personas que nos criticaban, ignoraban que para nosotros el correr era una actividad lúdica, que realizábamos al margen de nuestra jornada laboral, y que aquellos chiflados, como nos calificaban, ya habían realizado aquel día un trabajo de al menos ocho horas.
Yo creía que la dureza, la intolerancia y la intransigencia con la que nos trataba aquella sociedad y las dudas y las sombras que se abatían sobre nosotros los atletas, si perseverábamos nos traerían la luz suficiente para encontrar el camino donde podríamos dar rienda suelta a nuestras ilusiones.
ENLACES:

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