Luis Enrique y Marcel Batlle
De la mano de su compañero y amigo Marcel Batlle, mirando hacia el suelo con gesto de sufrimiento y paso corto, pero sin parar de sonreír. Luis Enrique tenía los pies llenos de ampollas, pero era el tipo más feliz del mundo al cruzar la meta ayer al mediodía. Acababa de terminar la 23ª edición de la Marathon des Sables después de días de forzar al límite. En las últimas tres etapas había caminado, totalmente cojo por terribles heridas en sus pies, durante más de 28 horas. Un total de134 kilómetros cojeando por el desierto y miles de pasos con dolor. Incluso la última etapa, de sólo 17 kilómetros, se convirtió en un regalo envenenado y tardó tres horas y cuarto en completarla. Pero llegó. "¡Me lo merezco! Han sido tres días de mucho dolor a cada paso", decía nada más cruzar la línea de llegada. Poco importaba que anoche la clasificación general le colocara en el puesto 301 de 825 participantes, cuando empezó en el top 50 al principio. Ayer nadie miraba los números. Era tiempo para abrazos, lágrimas y emoción. Lucho había llegado por fin.
"Ha sufrido muchísimo, pero ha aguantado como un campeón y ha acabado la carrera. Yo habría sido incapaz de padecer tanto, ha demostrado ser un superestrella", señaló su compañero del equipo Prisma Global, Xavi Piedra. Sus amigos han sido el mejor apoyo para el asturiano. Incluso le convencieron de no bajar los brazos cuando el ánimo estaba bajo mínimos y, al tercer día, su compañero Pepe Navarro decidió abandonar. Pero siguió y descubrió el otro lado de una de las carreras más extremas del mundo. El de aquellos que no pueden más pero no se plantean abandonar. "Eso es la única cosa buena de todo esto, poder aprender de esas personas", dejó escapar hace unos días. Él había ido a la Sables a competir y no tuvo más remedio que adaptarse a unos pies que le pedían una tregua a gritos. Fuerte físicamente, pero incapaz ni siquiera de trotar, veía impotente como todos le adelantaban. "Nos ha dado una lección de humildady fuerza mental a todos", repetía Toño Llorente, ex del Madrid de baloncesto.
Ayer Luis Enrique no le puso ni un pero a su sufrimiento y prefirió buscar la parte positiva de una carrera que no descarta repetir en el futuro: "Vine porque me gustan los retos que puedo hacer con un buen grupo de personas y que aporten una experiencia humana, estos son los retos que realmente merecen la pena"
(publicado en el mundo deportivo.es)
De la mano de su compañero y amigo Marcel Batlle, mirando hacia el suelo con gesto de sufrimiento y paso corto, pero sin parar de sonreír. Luis Enrique tenía los pies llenos de ampollas, pero era el tipo más feliz del mundo al cruzar la meta ayer al mediodía. Acababa de terminar la 23ª edición de la Marathon des Sables después de días de forzar al límite. En las últimas tres etapas había caminado, totalmente cojo por terribles heridas en sus pies, durante más de 28 horas. Un total de134 kilómetros cojeando por el desierto y miles de pasos con dolor. Incluso la última etapa, de sólo 17 kilómetros, se convirtió en un regalo envenenado y tardó tres horas y cuarto en completarla. Pero llegó. "¡Me lo merezco! Han sido tres días de mucho dolor a cada paso", decía nada más cruzar la línea de llegada. Poco importaba que anoche la clasificación general le colocara en el puesto 301 de 825 participantes, cuando empezó en el top 50 al principio. Ayer nadie miraba los números. Era tiempo para abrazos, lágrimas y emoción. Lucho había llegado por fin.
"Ha sufrido muchísimo, pero ha aguantado como un campeón y ha acabado la carrera. Yo habría sido incapaz de padecer tanto, ha demostrado ser un superestrella", señaló su compañero del equipo Prisma Global, Xavi Piedra. Sus amigos han sido el mejor apoyo para el asturiano. Incluso le convencieron de no bajar los brazos cuando el ánimo estaba bajo mínimos y, al tercer día, su compañero Pepe Navarro decidió abandonar. Pero siguió y descubrió el otro lado de una de las carreras más extremas del mundo. El de aquellos que no pueden más pero no se plantean abandonar. "Eso es la única cosa buena de todo esto, poder aprender de esas personas", dejó escapar hace unos días. Él había ido a la Sables a competir y no tuvo más remedio que adaptarse a unos pies que le pedían una tregua a gritos. Fuerte físicamente, pero incapaz ni siquiera de trotar, veía impotente como todos le adelantaban. "Nos ha dado una lección de humildady fuerza mental a todos", repetía Toño Llorente, ex del Madrid de baloncesto.
Ayer Luis Enrique no le puso ni un pero a su sufrimiento y prefirió buscar la parte positiva de una carrera que no descarta repetir en el futuro: "Vine porque me gustan los retos que puedo hacer con un buen grupo de personas y que aporten una experiencia humana, estos son los retos que realmente merecen la pena"
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