Así como la arquitectura crea, abriendo espacios donde habitar, el mundo de lo fashion del vestir no solo “tapa” al cuerpo en pro de la supervivencia (cuidar al organismo de la intemperie, frío, calor, lluvia, etc.) sino lo construye con multicolores texturas.
Sus diversas tendencias y matices responden a eso característico de los humanos: la diferencia; suscitando un placer en donde convergen el vestir, el tocar y el mirar.
Freud planteaba que hay ciertas partes del cuerpo privilegiadas a partir de las cuales se experimenta el placer, las zonas erógenas (oído, mirada, boca, ano, genitales, etc.) en última instancia la totalidad de la piel humana representa un “lienzo” a través del cual éste circula.
Las zonas erógenas son partes del cuerpo, medio, vínculo y corte con el exterior. El organismo pasa a ser cuerpo por efecto de la mirada y la palabra.
La ropa es una zona erógena más, en donde el placer está no solo en la mirada, sino en esas ropas que visten, creando el cuerpo, la noción de sí.
Al cambiarse, no solo se cambia de ropa, sino de piel, la piel del humano son también sus ropas.
¿Por qué planteamos que la ropa es una zona erógena? A primera vista la ropa se ubica en el terreno de lo inanimado, son simples telas confeccionadas con cierto estilo, color, talla, etc. Pero, notemos una cosa curiosa, ¿No se ve acaso “como sin vida” la ropa que usa un difunto? Como si lo que presenciáramos fuera la ropa en su dimensión cero.
“El habito no hace el monje, pero si le ayuda” dice la sabiduría popular. Jacques Lacan plantea “El habito ama al monje”
La Pulsión (del alemán Trieb: empuje) es una noción límite entre lo somático y lo psíquico.
Se diferencia del puro instinto animal regulador de la especie, en base a reacciones activadas genéticamente.
La pulsión en cambio tiene que construirse un objeto y fin fuera de la mera regulación fisiológica, en lo que la cultura ofrece: medios de comunicación, publicidad, mercado, etc. De ahí que los deseos humanos sean infinitos: cualquier cosa puede ser ofrecida como “una necesidad”.
En ese sentido, la ropa no solo sería –como decíamos- un objeto para cubrirse de la intemperie, aunque ciertamente hay quienes carecen de esa protección mínima del vestido, así como de vivienda, salud y alimentación, sino formas de construcción subjetiva; formas en las que se le ha dado forma al cuerpo, creando formas de pensar y relacionarse.
Por ejemplo la evolución de los pantalones, desde los de vestir, exclusivos para caballeros a los pantalones casuales de mezclilla.
De hecho era un rito de tránsito de la niñez al inicio de la edad adulta, el cambiar los pantalones cortos “shorts” por los primeros pantalones largos.
De ahí los pantalones como objeto de poder del lugar del patriarca: “¿Quién lleva los pantalones en la casa?” Así como otro objeto “¡Ese se esconde tras las faldas –o enaguas- de su madre!” En el caso de los pantalones de mezclilla, éstos claramente se identificarán como una forma de repudio ante el establishment del patriarcado, que terminará por ser adquirido por el mercado.
Es la época de los sesentas y setentas, donde los pantalones acampanados, adornados con multicolores y sicodélicos signos de peace and love, flores y guitarras, promoviendo la libertad, el amor libre.
Hasta el actual contexto de retorno a los 60s 70s y 80s, pero sin discurso ideológico, en donde “La vida es como te la tomas”
¿Qué es lo que encanta tanto de las modas? La ropa da elementos subjetivos para que el propio cuerpo tenga referentes, tenga “sustancia”, para que se construya e identifique: la ropa que se usa no solamente dice algo sobre quien la usa.
Incluso se podría tomar la ropa a la manera en que se interpreta un sueño en psicoanálisis: partiendo de los diversos elementos de la ropa, seguir las ocurrencias: ¿Cómo es que compré esta camisa, esta blusa, estos pantalones, zapatos? ¿Qué colores prefiero? ¿Qué me dicen estas cosas sobre mí, sobre mi deseo, mis anhelos, alegrías, desvelos, encantos y desencantos?
Fuente: el porvenir.com