El espejo de tinta
Arturo Xicotencátl
El meteoro caribeño
Bob Hayes
Los infinitos hechos y las conclusiones que brotaron de la inteligencia laberíntica de Jorge Luis Borges nos remontan al año de 1517. El cero de la velocidad o punto de partida ocurre, si nos atenemos a sus palabras, en aquel instante en que el corazón de fray Bartolomé de las Casas se inunda de piedad y pide a Carlos V que traigan negros de África para salvar a los indios que morían de agotamiento y deshidratación en los infiernos de las minas de oro del Caribe.
Dice el escritor argentino que de este episodio se derivaron otros como el nacimiento del blues, el candombe, el vudú, machetes y sangre de cabras degolladas, la personalidad mítica de Abraham Lincoln, el vocablo linchar y, de haber lanzado el sudamericano una ojeada a las pistas de atletismo, se hubiese referido a los reyes de la velocidad, pues los traficantes de esclavos negros trajeron en sus galeones los genes de la fuerza y la rapidez que dieron vida, fama y espectacularidad al deporte. Atletismo, basquetbol, boxeo, futbol americano, tenis.
Alguna de aquellas conclusiones jamás las vivió Bartolomé ni en su más atroz pesadilla. Pero en fin, debemos entender que así es la historia, sin remiendos.
Vivimos en el eco del cañonazo y en el placer de la estela de Bolt. El jamaiquino es el primer hombre que alcanza una velocidad promedio superior a los 37.037 kilómetros por hora. 9.72 es el nuevo récord mundial en los 100 metros lisos mejor en 2/100 de segundo a la plusmarca de su compatriota Asafa Powell. Lo que no discierne el ojo humano lo aceptamos en la precisión del cronometraje electrónico, cuya lectura nos dice que ni dos Bolt podrían alcanzar a Michael Johnson en los 200 metros (19.32 - 37.267 kilómetros).
Corrió como demonio en Nueva York en una tarde fresca por la lluvia y galvanizada por rayos estruendosos, con una velocidad de viento favorable de 1.7 m/seg, a 0.3 metros del límite permitido, lo que potencialmente revela que Usain Bolt puede elevar su velocidad de crucero. Dio 42 zancadas, contra las 45 de Asafa Powell, algunas de una longitud de 2.60 m. Ralph Metcalfe, plata en los JO de Los Ángeles 1932 tenía una zancada de 8 pies y 6 pulgadas, 2.59 metros.
Sin discusión, la hazaña de Bolt, de 21 años, 1.96 metros de estatura y 76 kilogramos, lo convierte en la nueva estrella de la velocidad.
Aunque Eddie Tolan fue el primer negro en ganar dos oros en Juegos Olímpicos —de él tomó el sobrenombre el aguador, o masajista de las Chivas Rayadas del Guadalajara—, de hecho la explosión de la raza negra en las pruebas de velocidad se inicia el 24 de junio de 1961 cuando Frank Budd, con cronometraje Bulova, señaló 9.36 en las 100 yardas. El 21 de junio de 1960, en la mágica pista de Letzigrund en Zurich, el alemán Armin Hary corrió por vez primera los 100 metros en diez segundos, algo que en aquella época parecía imposible.
El dominio de la velocidad estaba en los pies alados de atletas blancos como Bobby Morrow y Hary. Citemos que en los los 70 brillaron Válery Borzov, Pietro Mennea y Allan Wells. En los Juegos de México 68 se dio el acontecimiento de que la final fuese dominada por ocho atletas de raza negra. Jim Hines cruzó la frontera de los diez segundos, 9.95 con Omega.
No obstante, no queremos pasar por alto un hecho singular. En las eliminatorias de Tokio un monstruo de la velocidad como Bob Hayes, estrella de los Vaqueros de Dallas, cronometró 9.91 ¡en pista de arcilla! Y en relevo, asómbrese, aun cuando sea velocidad lanzada, 8.5 segundos. ¡Cuánto habría hecho con las nuevas pistas que reaccionan bajo la tercera ley de Newton?
La velocidad, los meteoros caribeños y norteños, han evolucionado por los cronos electrónicos, los veredictos son fiables, las pistas sintéticas, sistemas de acondicionamiento, empleos de sustancias prohibidas y por el quinto factor, la raza negra, con músculos diseñados para correr.
Impacta el tiempo de Bolt. Aplaudamos con alegría y reserva. Esperemos que no sea un crono de jeringa y se lo atribuyan a fray Bartolomé.
Fuente: exonline.com
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