Aunque Ruth Beitia se encarga de resaltarlo y tenga asumido que, cerca de cumplir los 30 años, ya no sólo no es una niña sino que, incluso, es la mayor entre la Élite europea de salto de altura, hay otros elementos que delatan que su espíritu sigue siendo el de una jovencita consciente de que aún no ha llegado a su tope.
Nuria Fernández acabó cuarta y convencida de que no tiene pilas para los 3.000 metros
Por ejemplo, el brillo de ojos cuando habla de su cuchipanda, la banda de saltarinas españolas -Montaner, Castrejana, Agirre, Mendía...- que se ha desbandado este invierno dejándola sola con todo el peso del clan; por ejemplo, cuando habla de sus asignaturas pendientes, como la de lograr superar una altura elevada después del primer intento -su gente se lo recuerda siempre, admite ella: si no pasas una altura a la primera, no la pasas más-; como, otra, la de igualar su mejor marca, 2,02 metros, en una gran final, signo de las mejores; como, también, llegar a un podio al aire libre, ella que ayer, con un salto de 1,99 al primer intento, claro, consiguió la plata, su tercer metal consecutivo en otros tantos europeos bajo techo (plata en Madrid 2005, bronce en Birmingham 2007).
Otro ejemplo de su alegría de vivir, la felicidad con la que acogió una medalla en una prueba en la que participaron dos atletas, la croata Blanka Vlasic y la alemana Ariane Friedrich, con una marca muy superior a la suya (2,05 metros este invierno). "Ha sido el colofón de un invierno en el que me he inventado pentatleta para buscar la motivación, un asunto que los Juegos de Pekín
[una final en la que no estuvo a la altura de sus marcas] había dejado tocado", dijo Beitia. "Y estoy, sobre todo feliz, de que ese trabajo de motivación tenga su representación material en una medalla".
Mucho más comedida en sus gestos, y también más elástica, que el prodigio Sancho, que acomete al listón con la energía y la decisión de un toro recién liberado del toril yéndose a dejar las puntas en los bajos de los burladeros, Beitia, dirigida desde la grada por el técnico federativo Miguel Vélez, se encontraba tan a gusto que, a diferencia de todas sus rivales, decidió pasar en 1,92 metros; y se encontraba tan fresca que ni se inmutó cuando Vlasic, la gran favorita, hizo su tercer nulo en 1,96m, una altura menor para su nivel, que ella, Beitia, buscando con cuidado el mejor apoyo entre los listones transversales sobre los que se apoyaba la elástica capa sintética de Mondo, había pasado, claro, a la primera. La terapia postolímpica de Vlasic, que en Pekín, para su gran desconsuelo, cedió el oro a la belga Tia Hellebaut -una, que de baja y visiblemente embarazada, colgó ayer la plata del cuello de su amiga Ruth-, consistió en una operación de cirugía para mejorar la respiración que incluyó unos toques en los pómulos y en un cambio absoluto en el pelo, antes negro y largo, ahora dorado teñido, media melena, y se reveló, finalmente, menos eficaz que la de la atleta que se entrena en Santander a las órdenes de Ramón Torralbo. Friedrich, que había hecho un nulo en 1,99 metros, pasó 2,01 a la primera. Después de un nulo en esa altura, y con la plata asegurada -la tercera, la rusa Kliugina, se quedó en 1,96m-, Beitia pidió 2,03. "No salté convencida", dijo la española, que no pudo con la altura. "Si hubiera sido la víspera, en la calificación, lo habría hecho mejor. Si el salto de altura tuviera sólo una jornada..."
Con la misma ilusión de debutante, aunque con algo más de precaución, afrontó Nuria Fernández la final de los 3.000. La distancia que había preparado especialmente pese a que su marca en 1.500 era la mejor mundial del año. Acabó cuarta y convencida de que no tiene pilas para las 15 vueltas. "No puedo con esta distancia", dijo la atleta, quien no se arrepintió de haberla elegido, con su entrenador, Manolo Pascua, para su primer asalto al medallero en su segunda juventud, madre y con 32 años, gran homenaje habría sido al 8 de marzo. A falta de 1.000 metros, se veía tan mal que sólo pensó en guardar fuerzas para el sprint final. Se la acabaron en la última curva, cuando ya sólo podía pensar en el bronce. El oro ya lo tenía asegurado la etíope nacionalizada turca, y de gran apellido, Almitu Bekele.
10 mar 2009 (550)