#Foto de Blas García Marín
21. Una nueva detonación retumbó en el crepúsculo de aquella tarde de abril
En
el mes de marzo del año 1969 me llevaron a hacer el Servicio Militar a
Valladolid, al Centro de Instrucción de Reclutas del Pinar de Antequera.
Por
entonces todos los trabajadores de la empresa CASA, donde yo trabajaba,
estábamos militarizados. En el ejército se nos permitía realizar
solamente el período de instrucción, y una vez que este finalizaba
volvíamos a incorporarnos a nuestros puestos en la Fábrica.
Yo
pensaba que ir a la mili durante dieciocho meses era una perdida de
tiempo. Así es que la oportunidad que tenía, de realizar solamente el
período de instrucción durante tres meses, no estaba dispuesto a
desaprovecharla.
Dejábamos de
cobrar el sueldo durante nuestra estancia en el Cuartel y luego, al
volver al trabajo, disfrutábamos de las mismas condiciones laborales que
cualquier trabajador de CASA, solo que en dos años no nos daban la
Cartilla Militar, la licencia que así era como se llamaba.
Firmábamos
un contrato comprometiéndonos a no marcharnos de la empresa en cinco
años. Eran unos tiempos de apreturas económicas para la mayoría y todo el dinero que pudieras llevar a casa era muy necesario.
Seguía
entrenando en el Campamento, si bien es cierto que no con la
regularidad y la intensidad con que lo había hecho antes. La Instrucción
me dejaba muy cansado, como para que no me quedaran, al final del día,
muchas ganas de ponerme a correr.
El rancho era malo. Si teníamos dinero podíamos comprar en la cantina una lata de sardinas, quesitos, chocolate o galletas.
Durante
los tres meses que estuve en Valladolid, se celebraron los Campeonatos
de Atletismo del Ejercito del Aire. Me inscribí en ellos y conseguí
proclamarme, campeón Regional en la prueba de 400 metros lisos.
Me
seleccionaron para correr los Campeonatos de España y me dieron una
semana de permiso, que aproveché para entrenar en el Cerro de los
Ángeles de Getafe y prepararme para los Campeonatos Militares
Nacionales.
Las
pruebas se celebraron en las pistas del Instituto Nacional de Educación
Física de Madrid. Volví a correr 400 metros y en está ocasión me
clasifiqué en cuarta posición, muy cerca de la medalla de bronce.
Me
volvieron a conceder otros siete días de permiso por mi participación
en los Nacionales. Una vez que finalizaron me incorporé de nuevo al
Pinar de Antequera, para realizar la parte final del período de
instrucción, de cara a la Jura de Bandera que realizaríamos en el mes de
mayo del año 1969.
Durante
los meses de marzo y abril se organizó un Campeonato de Ajedrez en el
CIR, al que yo me apunté con mucha ilusión, ya que por entonces este
juego me gustaba muchísimo. Era una oportunidad muy atractiva que tenía
de compararme a jóvenes desconocidos.
Como
éramos muchos los participantes la competición se desarrolló por
eliminatorias, así es que el que perdía una partida quedaba fuera.
Fui pasando rondas y ganando partidas, muchas de ellas con gran facilidad. Las últimas se complicaron bastante más.
En
la final me tuve que enfrentar a un compañero de CASA, Julián de Paco
Muñoz, que por entonces trabajaba de delineante en la Oficina Técnica.
De Paco había conseguido ganar con brillantez todas sus partidas.
Después
de una lucha muy reñida conseguí romper el frente de mi rival y me
situé en una posición que me daba ventaja de calidad. A partir de ahí si
era capaz de aprovechar la posición solamente era cuestión de jugar lo
mejor que pudiese, forzando el cambio de piezas. Así lo hice y poco
después me di cuenta que ya era muy difícil que perdiese el lance, a no
ser que me equivocara y cometiese algún error garrafal. No me equivoqué y
Julián cayó derrotado sin dejar de oponerme una tenaz resistencia hasta
el final, que para mi no estuvo exento de dificultades. El bigotes ganó
la partida y el Campeonato. El premio que obtuve fue un tablero de
ajedrez que habíamos comprado entre todos los participantes, que me
firmaron hasta que ya no cupieron más nombres. Es uno de los recuerdos
más bonitos que tengo de mi paso por el CIR del Pinar de Antequera de
Valladolid.
Algunos
de los que compartieron conmigo aquella etapa fueron: Ángel Díaz, Ángel
Perea, Ángel Toribio, Cándido Martín, Celedonio Muñoz, Clemente López,
Eduardo Grando, Fernando Ortega, Julián de Paco Muñoz, José Cruz, José
González Estrada, Manuel Benito, Manuel García, Mariano del Pozo, Pablo
Rodríguez, Pedro Nogales, Rufo Martín, Santiago del Valle…
Durante
mi estancia en el Centro de Instrucción de Reclutas hubo un hecho que
me impresionó mucho. Una tarde cuando ya habíamos finalizado la
instrucción escuchamos un disparo. Me asomé por la ventana del barracón y
vi a un teniente, que era muy conocido por nosotros en el cuartel, y
del que no recuerdo su nombre, que acababa de realizar un disparo con
una pistola que llevaba todavía en la mano. Acababa de matar a uno de
los perros que se había introducido clandestinamente en el CIR. Parece
ser que así lo hacía con todos, hasta que no quedaba ninguno, y según me
contaron después los sacrificaba con el consentimiento de sus
superiores. El impacto que me produjo aquel espectáculo fue brutal y lo
he recordado muchas veces desde entonces.
El
teniente sin importarle en absoluto que nuestras miradas estuvieran
fijas en él, con sus parpados cerrados contra el sol, tenía tensa la
mirada y su mano se levantaba nuevamente para proceder a otra nueva
ejecución. Me quedé pálido como el mármol, me retiré de la ventana para
sentarme de nuevo en mi litera, justo en el momento en que una nueva
detonación retumbó en el crepúsculo de aquella tarde de abril.
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