#Foto: Velasco
18. Carlos Pérez de Guzmán fue una persona excepcional
La
tarde presagiaba tormenta. El cielo se iba ennegreciendo por momentos.
Pronto empezaría a llover. Aquel año de 1967 se habían producido muchas
precipitaciones. Si nos dábamos prisa podríamos terminar de marcar los
circuitos, para que se pudieran celebrar, al día siguiente, las pruebas
de Campo a Través, en la Casa de Campo de Madrid. La salida y la
llegada, de las diferentes carreras, estaba situada a escasos metros del
recinto vallado, donde se mantenían recluidos a los camellos, cerca de
donde actualmente hay unas pistas para jugar al tenis. El circuito mas
largo llegaba hasta la Caseta del Guarda, daba allí la vuelta y seguía
paralelo a la carretera que va al Parque de Atracciones, después se
adentraba en el Pinar de las Siete Hermanas.
Se acababa de levantar un viento frío del sur y la humedad ya se respiraba en el ambiente.
Habíamos
quedado con Carlos Pérez del Guzmán, en la salida del suburbano, en la
estación de El Lago. Él era el vicepresidente de la Federación de Atletismo de Madrid. Carlos vivía en la Puerta del Ángel y era el encargado de
preparar el terreno, trazando una línea con yeso o con cal, dependía
del tiempo que hiciera, a lo largo del recorrido donde el domingo
correrían los atletas en las diferentes salidas programadas por la FAM.
El
trabajo se terminaba el día de la prueba, muy temprano, en cuanto
amaneciese. Clavando unos banderines de madera con la publicidad de Coca
Cola. Los empleados de la empresa de refrescos venían con una furgoneta
llena de botellas, no existían todavía las latas, y nos daban una a
todos los que habíamos acabado la carrera. El encargado siempre era la
misma persona. También instalaba él la pancarta de meta y el embudo de
llegada, con unas vallas publicitarias.
Los atletas, para no perderse ni equivocarse cuando corrían, tenían que dejar siempre los banderines a su izquierda.
La
franja de terreno que estábamos atravesando se encontraba cubierta por
una capa de fina hierba. Al borde la carretera se alzaban con majestuosa
solemnidad las copas de los pinos.
¿Por qué tienes que marcar el circuito con tanta clase de detalles? –le pregunté a Carlos.
-Mira,
me dijo, hacer este marcaje es una tradición. Es como un ritual. Es mi
manera de hacer las cosas. Siempre lo he hecho así y creo que continuaré
de la misma forma hasta que tenga fuerzas o pierda la ilusión.
Me quedé en silencio. No supe que decirle. Volví la cabeza y pude contemplar las huellas de un trabajo bien hecho.
Creer
en nuestros propios pensamientos y ser capaz de trasmitirlos a los
demás. Darle voz a la idea que late en nuestro interior. Muchos rostros
nos dejan una profunda huella y otros nos son totalmente indiferentes.
Para mí Pérez de Guzmán fue una persona excepcional.
Tuvimos que acelerar el paso para no mojarnos, pues ya empezaban a caer las primeras gotas de lluvia.
Entramos
a la estación, con la sensación de que no habíamos realizado el marcaje
con demasiado aprovechamiento. Pensábamos que aunque Carlos había hecho
una línea bastante gruesa, parte de ella se iba a borrar si llovía
mucho. Nos dijo que ya lo comprobaríamos al día siguiente. Que si era
necesario la remarcaría.
Nos
subimos otra vez al Suburbano y después de trasbordar acabamos en la
Puerta del Sol. Andando por la calle Arenal llegamos a la Iglesia de San
Ginés, situada a escasos metros de nuestro destino: la Chocolatería San Ginés. Allí fue donde acabamos la tarde del sábado. En la barra tomando
una taza de chocolate caliente con churros, que nos reconfortó
totalmente del frío que traíamos.
que recuerdos más bonitos... y todavía con la misma ilusión de siempre y lo que queda...
ResponderEliminarCuando pasa el tiempo los recuerdos es lo único que nos queda.
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