#Foto: Concha
17. Había un jugador que me tenía realmente fascinado
Yo
acababa de terminar de comer. Era la hora de la siesta. Iba en la moto
de mi padre por la carretera de Ontur camino del Charco de la Peña.
Aunque no tenía carné todavía ya me hacía pequeños recorridos por Fuente Álamo. Procuraba que la Guardia Civil no me viese conducir. Hacía pocos
días que había cumplido dieciséis años.
A
medida que me iba acercando a mi destino me encontraba, a mi pesar, mas
inquieto y preocupado. La posibilidad de enfrentarme a un buen jugador
de ajedrez me resultaba muy atractiva, pero me hacia estar muy nervioso e
intranquilo. Pensaba que no me gustaría hacer el ridículo.
En
el portaequipaje llevaba bien sujeto un tablero de ajedrez con sus
fichas. Aunque lo transportaba bien atado, procuraba ir muy despacio,
para que los hoyos y las piedras del camino no me hicieran volcar y
romper el cristal del juego que tanto apreciaba y utilizaba mi padre.
Mi intención era encontrarme con Calero (el Moreno de la Justa) y jugar una partida de ajedrez.
El día anterior, en el salón de mi casa, en Fuente Álamo, Bernabé había estado jugando unas partidas de ajedrez con mi padre.
Calero
era el mejor jugador del pueblo. Tenía mucha experiencia. Había jugado
muchos campeonatos fuera del municipio y hasta en la capital, en
Albacete…
El
Moreno era un rival demasiado fuerte para mi padre. Casi siempre le
ganaba. Ellos durante bastantes años jugaron muchas veces en el bar y en
sus domicilios. Su mujer se llamaba como mi madre Dionisia.
Aquel
día yo observaba la evolución de las partidas, mirando desde el lado de
mi padre. Con el deseo de que esta vez por fin consiguiera ganarle en
mi presencia y doblegara la supremacía del Campeón. Mi padre no lo
consiguió. Volvió a perder otra vez todas las que jugaron.
¡Échale una a mi hijo! le dijo a Calero, veras como a él no le ganas.
Estábamos
muy unidos en aquella época, mi padre y yo: como el alumno que está
dispuesto a absorber todos los conocimientos de su maestro.
Me
senté en la silla que mi padre había dejado bien caliente. Corrí la
misma suerte que él. No tardé mucho en tumbar mi rey. Habíamos llegado a
una posición de la que no era posible salir sin perder la dama. En
pocas jugadas me daría jaque mate, me mataría, perdería la partida...
Así es que opté por rendirme, como yo había leído que se hacia en los
Campeonatos.
Es cierto que al principio le había opuesto una feroz resistencia que él no esperaba y que le sorprendió.
Yo
llevaba algún tiempo leyendo los libros que se habían publicado sobre
las partidas de los grandes maestros, como: Capablanca, Lasker,
Alekhine, Maroczy, Rubinstein, Tartakower, Nimzowitsch… principalmente
las aperturas, que era lo que me resultaba más fácil de asimilar en mi
aprendizaje.
Había
un jugador que me tenía realmente fascinado, este era el cubano
Capablanca, que se había proclamado Campeón Mundial en el año 1921 al
vencer a Lasker.
Al
finalizar el juego, Bernabé me invitó a ir, al día siguiente, a echar
una partida en el campo, donde él estaría trabajando. A la hora de la
siesta podríamos jugar.
Cuando
llegué al lugar convenido puse el tablero encima de una piedra y
coloqué las fichas para poder iniciar el lance. Me dejó que jugara con
blancas, que saliera yo. Iniciamos la partida.
Aquel
día recibí varias contundentes palizas, que hicieron que se me bajaran
los humos de gallito que yo llevaba. Calero era mucho Calero.
Yo
tenía una edad en la que los sentimientos se me mezclaban todos en un
confuso impulso entre el mal y el bien; la edad en que toda experiencia
es trémula y cálida de amor a la vida.
Mi
padre y Bernabé tenían cuarenta y tantos años. Eran todavía bastante
jóvenes. Ellos me enseñaron mucha estrategia, que en el futuro me valió
para realizar excelentes partidas y ganar algún que otro Campeonato.
Como el del Pinar de Antequera, en Valladolid, cuando estuve realizando
el Servicio Militar. Me estoy adelantando, esto ya tendré ocasión de
contarlo otro día.
Muchas
veces me he preguntado por que el ajedrez no tiene más arraigo en
nuestra sociedad. Creo que tiene una explicación muy sencilla: el
sistema educativo no lo contempla como una materia importante. Ni
siquiera lo contempla. Desde la perspectiva de una reforma educativa
real y beneficiosa para todos los jóvenes españoles, pienso que, debería
tener un hueco entre las diferentes materias que se imparten. Debería
producirse un entendimiento nuevo y regenerador en nuestra sociedad que
nos llevara a desarrollar una reforma ética en profundidad.
En
el año 1966, estando trabajando ya en CASA, en el estadio de
Vallehermoso de Madrid, me proclamé Campeón Provincial de Ajedrez, en
los IV Juegos Provinciales Laborales.
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