Gustavo Dessal,
Principio de incertidumbre, de Gustavo Dessal, presenta un tono que sabe a continuo y preciso. La limpidez del estilo, que da gusto leer, no impide la afluencia de variaciones dadas por voces narrativas que pueden cambiar según el capítulo, y que son portadoras de un género. El más definido es el policial.
Dos mujeres, Melinda y Janis, son asesinadas en el departamento londinense que compartían. El episodio, cerrado sin resolución, recobra vigencia por otro crimen, el de un supuesto agente terrorista que en un operativo burla a Scotland Yard pero no a otros asesinos. El policía afectado a ese arresto sospechosamente fallido, Ronald, ve morir a dos de sus camaradas mientras que él se salva por casualidad. Con la participación de Mina, una regordeta detective especializada en informática forense, se conforma una pareja que no deja de tener el encanto del estereotipo: fracasados sentimentales, ambos agentes hacen de su trabajo un motivo para sobrenadar en la obligación del presente. Así comienzan una investigación marginal, sospechando que el hilo puede comprometer algún nervio del poder político.
En otra gran zona del relato se encuentra la vida sentimental e intelectual de un grupo de profesores de un instituto, conformado por las mujeres asesinadas; Mark, quien había sido el novio de una de ellas (un brillante filósofo que profundamente deprimido renuncia a su cargo para desaparecer por mucho tiempo); y un colega y amigo, a su vez principal intermediario de la narración. El tercero en cuestión es Rebeca, una bellísima azafata de doble vida, que a veces compartía el departamento con las mujeres asesinadas.
Los policías y los dos profesores convergen en la búsqueda de la verdad. La intriga les reserva un papel aparentemente modesto. Como si se tratara de hormigas que no comprenden que un pie las ha dispersado, ellos intentan reconstruir el caso. Para los investigadores, se trata de un reordenamiento rutinario de sus vidas; para los profesores, el modo de obtener una señal mínima de realidad. Aquellos que verdaderamente entienden el mundo y sus causas son seres mediáticos y traficantes de todo lo que huele a muerte y estafa: son los dioses tal vez irreconocibles de esta trama. O no. Sobre lo que no hay duda es del papel que cumple la mirada en esta novela. La aparición televisiva de la azafata masturbando a un cerdo (de posible relación con los crímenes de las amigas), un misterioso cuadro del siglo XIII que contiene una cruel y ambigua escena infantil, el descubrimiento de un pentimento (parte suprimida) de ese cuadro, la reproducción en cera de figuras que se contemplan en el Museo Madame Tussaud, forman pistas para la lectura de los crímenes. En Principio de incertidumbre, el suceso parece dejar lugar a una mascarada cuyo develamiento señala una verdad, un abismo o la estación terminal de la muerte. Ese señalamiento nos reenvía a un resto, que está en el desasosiego de los personajes...
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