Usain Bolt en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008.
Probablemente, lo mejor que le pudo pasar al gran Usain Bolt en el Mundial de Daegu fue lo que le pasó, quedar eliminado de los 100 metros por una salida falsa en la final, qué ridículo, y que el nuevo campeón del mundo fuera su compañero de entrenamientos y protegido, el jovencito Yohan Blake. Fue una herida en su orgullo, claro, un descenso brusco desde el territorio del baile swag, las contorsiones rítmicas que tanto le lucen antes de la salida, a la tierra, donde descubrió que tenía rivales. Una herida que, seguramente, le seguirá doliendo, pero que tuvo como consecuencia casi milagrosa que todos los males que le frenaron en 2010 y 2011 desaparecieran súbitamente. Se acabaron el dolor de espalda, la escoliosis, la hernia. El trabajo duro en el gimnasio fulminó las lesiones. No solo eso. Con la herida regresó el deseo de entrenarse en invierno. De volver a levantarse a las ocho de la mañana, la hora, justamente, a la que acostumbraba a acostarse...
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