También la geografía produce sus metáforas. El rechinar de dientes del otoño europeo tiene su contrapeso en la tímida primavera que llega a esos países que llaman emergentes. Y lo que vale para el clima vale para la cultura. Mientras la crisis del Viejo Continente obliga a los Gobiernos a mandar su cuota de prestigio al aparcamiento de los presupuestos, Latinoamérica quiere colocarla en la vía rápida de las autopistas. Incluidas las que le quedan por construir. Mientras en una punta del mundo la industria cultural y el consumo marcan la agenda, en el otro la cultura desborda unos límites que nunca alcanzó a hacer suyos.
Más allá de la etimología, también la cultura es cultivo. Ese es el espíritu que anima el IV Congreso Iberoamericano de Cultura, que ayer se inauguró en la ciudad argentina de Mar del Plata para hablar de la cultura como forma de vida más allá de las bellas artes o el consumo de productos (culturales). Si en citas anteriores se debatió sobre el cine (México) o la música (Medellín), esta vez el tema escogido anuncia su transversalidad desde el principio: política y participación popular. Respecto a la primera, Mónica Guariglio, responsable del evento como directora nacional de política cultural argentina, es gráfica: "Hay que sacar la cultura de la agenda ornamental, ir más a allá de la lista de bienales y festivales de cine. No puede ser la guinda que acompañe al desarrollo, debe formar parte de él. Nadie duda cuando se dice que hace falta un plan industrial para 10 años, pero está pendiente pensar en la cultura de los próximos cinco". En su país, explica, las últimas grandes iniciativas "culturales" no han salido de la secretaría del ramo (equivalente al ministerio español). Y pone un ejemplo: la Ley de Matrimonio Igualitario. "Algunos dirán que es solo un asunto de derechos", explica, "pero es mucho más, es un cambio cultural muy profundo"...
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