Natalia Rodríguez
A Ruth Beitia la querían echar de la habitación sus compañeras de apartamento para alejarla de los malos espíritus que, decían, la habitan, tal como se reflejaba en sus tempraneras eliminaciones y pobres actuaciones durante los Mundiales. La saltadora cántabra de altura, solidaria, no les hizo caso y también cayó eliminada.
"El oro era mi obsesión. Quizás por eso me han podido las ganas"
"Me veía tan fuerte, me sentía tan bien, que no he sido capaz de controlarme"
El atletismo español es así y Natalia Rodríguez es una isla. Ha vivido sola estos días. Ha escuchado sola en su habitación a todo volumen música heavy metal y la banda sonora de Gladiator para relajarse. Su reino no es de este mundo. Tenía una cuenta pendiente con el atletismo, con el mundo, y solo ella se la podía cobrar. Sola ha encontrado la salida a su problema. Sola ha ganado una medalla de bronce. Y también sola ha descubierto que la justicia poética es algo más que un tema que estudian los que estudian a Shakespeare. Pero sin pasarse.
Ganó los 1.500 metros la estadounidense Jenny Simpson y segunda fue la británica Hannah England. Ambas la superaron al final de la última recta. El tiempo de la vencedora, la primera norteamericana que gana después de los Mundiales inaugurales, los de 1983, en los que se impuso Mary Decker, fue de 4m 5,4s, el más alto de la historia.
Justicia poética plena se habría aplicado en la alegre noche de Daegu si Natalia hubiera terminado en lo alto del podio con la medalla de oro colgando del cuello. "Era mi obsesión, el oro", dijo después, arropada con la bandera de España a modo de chalecito para combatir los exagerados aires acondicionados asiáticos. "Quizás por eso me han podido las ganas. Me veía tan fuerte, me sentía tan bien, que no he sido capaz de controlarme", añadió.
Ella, que durante las series y las semifinales había luchado contra sí misma para no perder la templanza, para no dejarse llevar por las ganas de correr de más, y que se había propuesto encarar la final con la cabeza fría, pero dándolo todo y, al mismo tiempo, equilibrio imposible, sacar de su encierro todos los nervios encadenados, a 600 metros del final no aguantó más. Adelantó por fuera, cambio duro de ritmo, y se puso en cabeza. Fue un paso sin marcha atrás, más allá del punto de no retorno. Fue una decisión insólita en el historial táctico de la atleta tarraconense, más dada a moverse al toque de campana. Fue un paso dado justamente en un lugar simbólico, antes de llegar a la curva donde sucedió el incidente con la etíope Burka que le costó la descalificación tras su victoria en los Mundiales de Berlín hace dos años. Pero... no. Ella le quiere quitar valor freudiano a la elección del sitio. "Para nada me he acordado de Berlín", comentó; "simplemente, ataqué ahí porque pensé que las etíopes y Jamal empezaban a ir justas y que era el momento. Y porque no me resistí".
Al principio, pareció, sin embargo, el movimiento justo. Nada más adelantar ella, a sus espaldas se desató un pandemónium de golpes, tropezones y caídas. Una de las tres afectadas fue Jamal, la principal beneficiada por la descalificación de la española en Berlín.
"Sí, y también se cayó Burka en las semifinales", recordó la pupila de Miguel Escalona y la única española que ha bajado de los cuatro minutos, quien consiguió a los 32 años el mayor éxito de su carrera -su tope antes de Berlín parecía el sexto puesto- y la primera medalla de España en Daegu. "Parece que se dio algo de justicia poética", reflexionó.
La poesía no fue completa porque, como se temía, su ataque no fue decisivo: "Me guié todo el tiempo por las pantallas gigantes del estadio. Vi que la etíope me intentó pasar en la curva y la aguanté sabiendo que ahí se iba a quedar, como así fue, pero, al salir a la recta final, también vi que la estadounidense y la británica se me habían quedado pegadas. Y supe, como en una película que ya había visto, que me pasaría lo de los Europeos de Barcelona, cuando Nuria [Fernández] me remató en la última recta [también fue bronce entonces]. Solo me quedó resistir lo más relajada posible, sin crisparme, porque entonces habría perdido también la medalla".
Como la caballería de Raoul Walsh cargó en la recta Jenny Simpson -"iba pensando en mi hermana pequeña, que está en el ejército; en la ilusión que le hace que toquen el himno de Estados Unidos en mi honor", dijo Simpson, antes Barringer y especialista en los 3.000 metros obstáculos, de 25 años- y no paró hasta ganar...
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