"Igual los jóvenes no me conocerán". La duda, por muy razonable que sea, es una afrenta. Quizás de las mayores de la historia del deporte español. Porque un día, hubo un atleta que tensó la cuerda sagrada de Haile Gebreselassie, para muchos el mejor fondista de todos los tiempos. Y era, el mismo soñador que había decidido volar meses atrás en un medio maratón inolvidable, que grabó su nombre para siempre en la historia de su continente. Ese hombre no es etíope ni keniata, sino del madrileño barrio de Canillejas. Y hoy, como tantos otros, disfruta de su deporte: "Yo necesito correr".
Han pasado casi 10 años desde aquel verano en Edmonton, Canadá. Fabián Roncero, hastiado del ritmo a tirones de la finalísima del 10.000, tomó la cabeza. Y lo hizo con una valentía, que no entiende de medallas ni de fotos, sino de sensaciones y sentimientos. Ese bendito insolente puso a varias de las leyendas del atletismo mundial en fila india. Al final acabó quinto en meta, pero primero en nuestras retinas. Charles Kamathi se impuso. El español había agitado aquel árbol prohibido, presenciando en primera persona el fin de la hegemonía del mito del altiplano etíope, Gebreselassie, cuyo imperio perdura hasta nuestros días...
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