Foto: Blas
No hay deportista que, cuando sea el centro de alguna operación antidopaje, no se defienda repitiendo a todo el que le quiera escuchar que nunca se ha dopado, que ha pasado cientos de controles y que nunca ha dado positivo. Lo repite estos días Marta Domínguez, lo repiten Nuria Fernández y Reyes Estévez, lo repiten todos los atletas implicados en la Operación Galgo. Un mantra que es su prueba de inocencia.
Pero no tanto, dicen en la federación internacional (IAAF), cuyos especialistas antidopaje explican que la estadística oficial, que sitúa el número de positivos en los laboratorios mundiales entre el 1% y el 2%, no puede usarse para medir la prevalencia del dopaje en el atletismo, pues, aparte de la dificultad para detectar algunas sustancias y ciertos métodos y la habilidad de algunos atletas para enmascararlos, en los análisis químicos se da prioridad a la especifidad a costa de la sensibilidad, lo que genera un gran número de falsos negativos.
Como prueba, y para demostrar la necesidad de la puesta en marcha en el atletismo del pasaporte biológico, un mecanismo ya usado en el ciclismo y que tiene en cuenta los valores hemáticos habituales de un deportista a lo largo de los años para detectar posibles derivaciones debidas al dopaje, un grupo de científicos del laboratorio antidopaje de Lausana y de la IAAF, entre los que está el médico español Juan Manuel Alonso, han publicado un estudio utilizando como base las 7.289 muestras de sangre extraídas a partir de 2001 a 2.737 atletas de todo el mundo, la mayoría de ellos fondistas.
Su conclusión es espectacular: el 14% de las muestras son sospechosas de dopaje sanguíneo (uso de EPO o de autotransfusiones) si se les aplica la fórmula del pasaporte, que contempla la relación entre hematocrito, hemoglobina y reticulocitos.
Este dato, expuesto por los autores como gran argumento para poner en marcha el pasaporte, sirve, sin embargo, para desvelar que la IAAF era consciente desde hace años de que había un gran número de atletas tramposos a los que no castigó.
"El estudio levanta más dudas de las que resuelve. Demuestra que durante la última década la IAAF sabía qué atletas mostraban resultados hemáticos anormales", subraya el científico australiano Michael Ashenden, uno de los grandes expertos mundiales en dopaje sanguíneo; "es triste que una federación con tanto poder como la IAAF haya elegido hasta ahora no castigar esos casos mientras una más pequeña, como la UCI, asumiera el riesgo legal de poner a prueba el pasaporte ante los tribunales. De todas formas, más vale tarde que nunca". Recientemente, el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) dio un gran espaldarazo al pasaporte como método indirecto de prueba de dopaje al sancionar a los ciclistas italianos Pietro Caucchioli y Franco Pellizotti.
Otro hallazgo del estudio, publicado en la revista Clinical Chemistry, es la gran heterogeneidad de los resultados según la región geográfica de los atletas. Hay un país en el que el 48% de las muestras son sospechosas, otro con el 39%, otro con el 23%... Aunque el estudio, evidentemente anónimo, no revela los nombres de los países, extrapolando el número de casos positivos de dopaje de los últimos años, se puede concluir sin error que son Rusia, Marruecos, Francia y España los más contaminados, como también la Operación Galgo ha puesto de manifiesto.
"Si aceptamos todo lo que dice el estudio, un 20% de esos 2.737 atletas podrían ser sancionados. Pero, siendo más conservadores, hablaríamos de unos 100 de primer nivel mundial. Aceptando que, aún estén compitiendo la mitad, hablaríamos de 50 casos posibles de dopaje", explica Ashenden, quien, aparte de gran defensor del pasaporte, es uno de los expertos de la UCI para el análisis de los datos; "las implicaciones de este número son enormes no solo por lo que suponen para el atletismo en sí, sino también por la carga legal sin precedentes que tendría en los tribunales deportivos".
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