Para ser Edurne Pasabán hay que haber nacido con las botas puestas, las de montaña, porque hay deportes a los que se llega por casualidad y otros, que como un imán, atraen con una fuerza irresistible. Y eso le ocurrió a la alpinista vasca, toda su adolescencia estaba enfocada hacia la montaña y cuanto más alta, mejor. Y en ella, en la montaña, se quedó, por amor. Así lo confiesa en Catorce veces ocho mil y la afirmación es literal...
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