Fotografía de: Tomás Ondarra (http://www.elpais.com)
Cuando ya tenía 40 años, era filósofo y poeta y caminaba a grandes zancadas por las calles de Londres.
Iba calzado con zapatillas deportivas sobre las que desplazaba un cuerpo entonces mucho más robusto que el que sostiene a sus 72 años. Era un corredor de medio fondo. Con las manos atrás, avanzando su cabeza hacia una meta que no llegaba nunca. Como si desplazara la idea de regresar a las brumas de su mundo, Cantabria.
Un deportista. Su padre lo quiso tenista. Se hizo deportista cuando fue al colegio de los jesuitas de Valladolid y conoció a José María Cagigal, el jesuita que luego, sin hábitos, fundó el INEF.
Aquel Álvaro Pombo es ahora uno de los novelistas más afamados de España y es académico de la Lengua. En su barrio de Madrid, Moncloa, se le distingue porque es el hombre que va (o iba) en bicicleta y, además, porque es amigo de todo el mundo.
Parecía, en Londres, un hombre brumoso, pero es hombre de aire libre. Le gustan la bicicleta, caminar, hacer pesas y, aunque nada de ello lo haya hecho con orden, como para competir, se ha divertido muchísimo haciendo esas especialidades...
Ya no anda tanto ni va por la calle en bicicleta. A la Academia iba caminando, "pero ahora estoy artrósico" y las bicicletas (tiene tres) son como objetos escultóricos a los que presta una adoración extraordinaria. "Tengo tres", dice como quien habla de amistades. "Tengo una buenísima que solo pesa nueve kilos. La puedes llevar de una mano".
Ahora es más bien un sedentario; un deportista sedentario, como decía Miguel Delibes en sus Memorias deportivas de un hombre sedentario. Pombo recuerda una frase de Nietzsche: "Todos los pensamientos fértiles y poderosos surgen cuando se está en acción". En acción, caminando, imagina versos. Acaso por eso dicta, como si caminara, sus novelas. La bicicleta, que es su deporte, le abstrae. "Hay un poema de José Antonio Muñoz Rojas, La ciclista, cuyo último verso dice: 'No pesa el corazón de los veloces". Es verdad, concede Pombo; "el corazón de los veloces no pesa; es la ingravidez de ese equilibrio en el movimiento que tienes que montar en bicicleta. Parece que vuelas".
Es curioso: tan terrenal, tan pegada a la tierra, "y parece que vuelas". Tiene bicicleta desde 1992, cuando vio cómo se movían los jóvenes. Ahora está fascinado. Hay bicicletas que tienen hasta 21 desarrollos: "Antes pasábamos por un piñón fijo a un cambio y, cuando llegabas a una cuesta, ibas andando, empujándola".
Eran espléndidas las que llevaba Federico Martín Bahamontes: "Cuando las vi, me compré una y me he movido mucho en bicicleta por Madrid. Lo que pasa es que ahora estoy más viejo... Bueno, no tanto, pero lo noto un poquitín. Ahora estoy esperando que llegue el buen tiempo. Toda mi vida está centrada en la espera de la primavera. Vivo para el buen tiempo".
Pero no lo espera sentado o, en todo caso, lo espera sentado al aire libre, escribiendo, leyendo. Es hombre de terrazas, no de tresillos. Se emociona con esta oda a la bicicleta que le he llevado y que es de Pablo Neruda (aparece en el número de Litoral dedicado al deporte y las artes): "La bicicleta/ inmóvil/ porque/ solo/ de movimiento fue su alma/ y allí caída/ no es/ insecto transparente/ que recorre el verano,/ sino/ esqueleto/ frío/ que sólo/ recupera/ un cuerpo errante/ con la urgencia/ y la luz..."
"Buena imagen", le parece; "buena imagen esa del insecto. Una bicicleta es un artefacto un poco absurdo. Ahí están las dos ruedas. Es un cuerpo inerte cuando no la montas. Siempre tiene que estar caída o en marcha. Un insecto. Tiene razón Neruda".
La bicicleta lleva a los recientes casos mezclados con las transfusiones... Puñetero tema. "Me ha dado repelús", dice Pombo, "el tratamiento que se ha dado al asunto. Ha habido una especie de hipocresía en el tratamiento de esta gente, Contador, Nuria Fernández, que luego, mira, han vuelto a competir... Este es un país de linchamientos y de masacres. Es una cosa cainita. 'Mucha sangre cainita tiene la gente labriega', decía Machado. Con Marta Domínguez, con Nuria Fernández, con Alberto Contador no había caso. Pero tenemos esa especie de manía persecutoria, un poco del cristiano viejo: 'Le he visto cómo comía cerdo'; esa especie de persecución delatora..."
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