Las historias de Eusebio Cáceres y Vicente Docavo, los dos saltarines del Mediterráneo, los dos chavalillos a los que el tobillo, la articulación sagrada de los saltadores, el cruce de huesos, tendones y ligamentos en el que se encuentra el secreto de su talento, les dejó saltar solo a medias. Cáceres (7,83 metros en longitud, donde se clasificó Luis Felipe Méliz para la final, 7,94m), pelín más veterano, se lo tomó con filosofía y media sonrisa; Docavo (16,28m en triple), debutante, se lo tomó peor y dejó que su genio mostrara su frustración, su inconformismo. Después del último salto se quitó la zapatilla y el calcetín y los arrojó con fuerza contra el suelo. Desnudó su tobillo, amado y odiado a la vez. En triple también se quedó fuera de la final, por solo tres centímetros, Patricia Sarrapio. Todos saltaron bajo la atenta mirada del técnico Juan Carlos Álvarez, quien se pasó el día en la grada junto a su amigo Iván Pedroso, el entrenador de Teddy Tamgho, protagonista del gran show: se clasificó para las finales de longitud (con dificultades) y triple (17 metros mirando al tendido, casi sin querer) con las mejores marcas de todos.
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