Foto: Blas
En las últimas páginas de su seminario Encore, Lacan afirma dos razones para la inexistencia de la relación sexual. Estas dos razones no se fundamentan aquí en las propiedades de lo simbólico, es decir, en su inaptitud para escribir la relación, sino en la doble inadecuación que especifica al goce del Otro como cuerpo: por una parte, la perversión que resulta de su reducción al objeto a; por otra, su carácter loco y enigmático. Es al enfrentar esta imposibilidad, esta hiancia donde lo real se muestra, que la valentía del amor se pone a prueba en su capacidad de afrontar un fatal destino. Fatalidad que se alza en el horizonte último de todo amor –Lacan es aquí taxativo- por instalarse en la suspensión instantánea de la imposibilidad, y por ende, quedar prometido a la impotencia, al reencuentro necesario con el “no cesa de escribirse”.
¿Diremos que la erotomanía se aproxima más que nada a un triunfo del amor, por empujar su empeño en negar lo imposible hasta el extremo del postulado delirante, de la certeza capaz de desmentir, perdonar y corregir toda falta en el Otro? Podría parecerlo, si además recordamos que en una de las últimas menciones explícitas a su paciente Aimée (1975, Conferencias en las Universidades Norteamericanas), Lacan consideraba que “en el dominio del amor, la paciente de la que les hablo podía seguramente tener demasiado contra la fatalidad”. Sin embargo, en esa misma ocasión Lacan afirma que la psicosis “es una suerte de quiebra en el cumplimiento de lo que se llama amor”, idea que se aproxima a la misteriosa sentencia formulada veinte años antes, de que el eros del psicótico es un amor muerto (Seminario III)...
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