La declaración como Bien de Interés Cultural de la Casa de Campo supone una ocasión para protegerla e integrarla de nuevo en el imaginario de la ciudad.
La Casa de Campo, cuya declaración como Bien de Interés Cultural en calidad de Sitio Histórico acaba de ser ratificada esta semana por el Gobierno regional, retorna así al amparo de las leyes protectoras de la ciudad y su entorno. Muchas vicisitudes la han afligido durante cinco siglos. Han sido tantas, que Madrid dejó de pensar en ella y de frecuentarla. Hoy, ecologistas, jardineros y especialistas perciben la decisión recién adoptada como un primer paso para impedir su deterioro y recobrar para los madrileños la plenitud de este bosque urbano único en Europa.
Con 1.900 hectáreas de extensión total, la protección se aplica sobre 1.722 hectáreas. Se halla enclavada en el poniente de la ciudad, en la ribera derecha del Manzanares. La riegan sus afluentes los arroyos Antequina y Meaques.
Pocos madrileños saben que este espacio forestal tan unido a la historia madrileña, aunque aún muy desconocido por quienes no viven en su vecindad, es el mejor mirador para la contemplación de la ciudad y de la sierra del Guadarrama, así como para el avistamiento de aves migratorias en tránsito hacia climas benévolos. Bandadas de grullas, cigüeñas, cormoranes y gaviotas surcan en otoño y primavera sus cielos transparentes gracias a las miríadas de quintales de oxígeno que les regala el medio millón de encinas, pinos y fresnos que aroman su atmósfera. Antiguo bosque y cazadero real, fue adquirido en 1562 por Felipe II a la familia de los Vargas. Desde 1931 es propiedad del Ayuntamiento...
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