2. La maleta de madera
La habitación que me habían asignado tuve que compartirla con Vicente, un deportista que acababa de fichar por el equipo del pueblo. Por este motivo le habían conseguido trabajo en la fábrica Uralita.
Dejé, encima de la cama, la maleta de madera, que cuatro años antes me había hecho el carpintero de mi pueblo, para viajar a Barcelona. Era igual, del mismo estilo, que las que habían utilizado mis paisanos, los emigrantes que viajaron en la posguerra a Francia, Alemania, Suiza, Holanda…
Estaba contento y emocionado. Deseando reconocer los alrededores de mi nuevo domicilio. Le dije a mi padre que me iba yo solo a dar una vuelta, que no tardaría. Convencido de que mi capacidad de orientación era buena y no tendría ninguna dificultad para volver pronto.
Me equivoqué. Me perdí y no fui capaz de encontrar el camino de vuelta. Durante más de una hora estuve deambulado por unas callejuelas escasas de iluminación, extraviado, despistado.
Salieron a buscarme, me encontraron cerca de allí, en la Plaza del General Palacios, junto a una fuente que ya no existe.
Fue la primera lección que recibí. Me dije: Blas, esto no es Fuente Álamo, es mucho más grande, tendrás que cuidar por donde vas, estar atento, aquí todo es diferente.
Me dormí enseguida, cansado, pensando en que al día siguiente habíamos quedado con un atleta, un corredor del equipo del Real Madrid. Mi padre le había conocido, en su anterior viaje a Getafe, uno de los días que terminó su entrenamiento junto a la que sería nuestra casa. Le contó lo ilusionado que yo estaba con el Atletismo y lo que disfrutaba corriendo. Él se ofreció, enseguida, a hacerme una prueba, para valorar mis cualidades y ver si podía llevarme a su equipo...
Dejé, encima de la cama, la maleta de madera, que cuatro años antes me había hecho el carpintero de mi pueblo, para viajar a Barcelona. Era igual, del mismo estilo, que las que habían utilizado mis paisanos, los emigrantes que viajaron en la posguerra a Francia, Alemania, Suiza, Holanda…
Estaba contento y emocionado. Deseando reconocer los alrededores de mi nuevo domicilio. Le dije a mi padre que me iba yo solo a dar una vuelta, que no tardaría. Convencido de que mi capacidad de orientación era buena y no tendría ninguna dificultad para volver pronto.
Me equivoqué. Me perdí y no fui capaz de encontrar el camino de vuelta. Durante más de una hora estuve deambulado por unas callejuelas escasas de iluminación, extraviado, despistado.
Salieron a buscarme, me encontraron cerca de allí, en la Plaza del General Palacios, junto a una fuente que ya no existe.
Fue la primera lección que recibí. Me dije: Blas, esto no es Fuente Álamo, es mucho más grande, tendrás que cuidar por donde vas, estar atento, aquí todo es diferente.
Me dormí enseguida, cansado, pensando en que al día siguiente habíamos quedado con un atleta, un corredor del equipo del Real Madrid. Mi padre le había conocido, en su anterior viaje a Getafe, uno de los días que terminó su entrenamiento junto a la que sería nuestra casa. Le contó lo ilusionado que yo estaba con el Atletismo y lo que disfrutaba corriendo. Él se ofreció, enseguida, a hacerme una prueba, para valorar mis cualidades y ver si podía llevarme a su equipo...
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