Mal de Piedras de Milena Agus en la traducción de Celia Filpetto. Comentario de Miguel Ángel Alonso
“Maldiciendo el día en que la habían mandado a primer grado y había aprendido a escribir”
Mal de Piedras
No suelen gustarme las novelas de tono autobiográfico en las que se cuentan las relaciones afectivas del narrador con los familiares. Suele apoderarse de ellas una atmósfera de caracteres un tanto melifluos. Suponen que al lector le van a interesar circunstancias banales de esas relaciones particulares que tanto satisficieron al narrador. Pero esta novela tiene algo más. Las relaciones familiares son un medio que da pie para reflexionar sobre conceptos inagotables que tanto nos pueden decir sobre la naturaleza de las fracturas y sentimientos que afectan al ser humano, el vacío, la locura, el amor, y sobre todo da pie para reflexionar sobre el papel reparador de la escritura, ese invento que ofrece la posibilidad de velar las fracturas, no tener que mirarlas de forma directa, lo cual resultaría, ciertamente, insoportable.
La novela se hace estimable merced a un singular juego del lenguaje. Tiene que ver con una función del mismo: la retroacción. Esa sorprendente última página, como punto final, abrocha el sentido de la novela, su verdadera significación. Modifica radicalmente el valor que los acontecimientos habían ido adquiriendo. Porque si a lo largo de sus páginas todo gravitaba alrededor de un amor apasionado, y alrededor de fenómenos elementales de la locura, el final lo trastoca todo revalorizando ese amor como nostalgia de lo que nunca se tuvo, revalorizando la locura por su implicación con el ser, y revalorizando la escritura poética como punto de capitón que produce, al menos, la articulación de una soledad melancólica con la vida. No hay puntuación para la locura y para el amor sin la escritura, ella constituye el invento que hace soportable la vida.
Las páginas de esta novela, por lo tanto, me solicitan una valoración minuciosa de la función reparadora de la escritura en diversas vertientes, dado que todo el relato se desliza hacia su imperiosa necesidad.
En primer lugar, la escritura constituye el invento que realiza la abuela, porque no procura una indagación psicológica que dé cuenta de su mal, sino que realiza una producción directa a partir de ese mal. Es este invento, “sabe hacer” con su mal, lo que permite a la abuela una existencia más digna que la pura locura, implicando a su deseo como contrapartida a la prosaica vida de la norma que no tuvo la suficiente consistencia para estructurarla ni para atarla al mundo.
Es similar a lo anterior decir que la abuela sufre un irremediable exilio –el que todos, de alguna manera hemos de sufrir— exilio de una tierra natal en la que nunca estuvo y que vive como inconmensurable vacío, realizando una creación exnihilo –algo muy propio del arte— que parte de ese agujero que se significa en la carencia del amor, y que provoca tanta angustia que hasta parece que le hubiesen arrancado un trozo de carne de su cuerpo.
Me viene a la memoria un aforismo que dice: “Cuando todo está destruido, la única posibilidad es poética”. Y la abuela lo lleva a la práctica.
En tercer lugar, es patente la articulación de la escritura con el amor. Encontramos a éste en una lógica que exige al otro un reconocimiento de unicidad, o lo que es lo mismo, la aceptación por parte del otro –ambiguo e indefinido siempre— de ese vacío excesivo. Podemos escuchar un clamor apasionado, mudo, clandestino, secreto, que escribe poéticamente un ofrecimiento de ese vacío al otro. “Amor es dar lo que no se tiene”, decía Jacques Lacan. La abuela sostiene de forma angustiosa todo el peso específico de ese vacío, sólo la escritura le permite entregarlo al otro –el veterano—que recibe esa escritura significando retroactivamente toda la obra. Es así como, de forma implícita, podemos hacer propio de la abuela el hermoso proemio que abre la novela: “Si no he de conocerte nunca, haz al menos que te extrañe”.
Y por último, encontramos otra función de la escritura: la restitución de un lugar para el sujeto. Ante el estrago que produce la madre –su insulto atraviesa a la abuela situándola en el mundo con el nombre de loca— la escritura viene a restituirle un lugar, eleva su vacío a la dignidad de un amor plasmado en el poema.
Estamos, por tanto, ante una reparación, más o menos consistente, de lo insoportable de una falta, y ante una invocación que, al ser atendida, va a permitir dignificar esa falta. Lo máximo que se consigue con la escritura, que no es poco, es bordear esa falta y atraparla como nostalgia.
Podemos preguntarnos: ¿Qué exceso, qué verdad, qué peligro se convoca en el amor y en la escritura, que necesitan situarse en la clandestinidad?
Se teme aquello del ser humano que no es fácilmente controlable por la ley. Y el amor es un concepto difícil de significar, sobre todo en la lógica que se presenta, como una pasión excesiva, enigmática, ilógica, superior, desbordante, que convoca a la abuela de forma ineludible. Salvando las distancias, la novela recuerda, no la poesía mística, sino algo de su estructura. El amor apasionado, fuera de los límites racionales, que se escabulle de la palabra pero que sólo puede ser atrapado con ella, de forma precaria, incluso ininteligible, pero trasmitiendo a la palabra, a la poética, toda esa pasión surgida de un lugar enigmático, de un lugar Otro. El poema entraría así en la sólida consistencia de un verdadero acto de sublimación.
Por otro lado, Mal de piedras nos sitúa, de forma explícita, ante un escenario en el que se inscribe un saber importante, la falta de naturalidad en lo concerniente a lo humano. Es ahí donde la abuela sabe que se juega la verdadera vida, fuera de una mentirosa normalidad. Así lo expresa:
“Las cosas no podían ser normales, que por fuerza debían ser más de un modo que de otro”
Y en verdad no son normales, por mucho empeño que la norma ponga en que lo sean. El amor aparece como enigma inclasificable para el que faltan palabras que permitan al ser humano situarse en una lógica universal; el desencuentro es dramatizado en toda su esencia. Al contrario que la lógica femenina, la lógica masculina, inclinándose del lado de la sexualidad, no es subsidiaria del amor, sino que se revela independiente de él; se deja ver como simple satisfacción de las necesidades en una versión mecanicista. Nada del vacío se juega ahí, sólo se trata de una maquinaria que necesita lubrificarse de vez en cuando. Lo masculino y lo femenino son dos polos que se contraponen; y de todo ello se deriva una posición nada natural, la clandestinidad como posición ante un vacío, clandestinidad por exceso del lado femenino, y por defecto del lado masculino.
Finalmente, también resultan llamativas unas palabras del padre. Parecen sugerir que algo ha de funcionar mal para que todo marche medianamente bien:
“No hay que poner orden en las cosas, sino contribuir al jaleo universal y llevar el compás”
Llevar el compás es una forma de armonía dentro del jaleo de lo humano, es la gramática precaria del poema que evoca la nostalgia ante una falta demasiado sólida, es la rúbrica contenida en la proposición última:
“Escriba”.
Miguel Ángel Alonso
Fuente: http://liter-a-tulia.blogspot.com/
ENLACES:
Mal de Piedras
No suelen gustarme las novelas de tono autobiográfico en las que se cuentan las relaciones afectivas del narrador con los familiares. Suele apoderarse de ellas una atmósfera de caracteres un tanto melifluos. Suponen que al lector le van a interesar circunstancias banales de esas relaciones particulares que tanto satisficieron al narrador. Pero esta novela tiene algo más. Las relaciones familiares son un medio que da pie para reflexionar sobre conceptos inagotables que tanto nos pueden decir sobre la naturaleza de las fracturas y sentimientos que afectan al ser humano, el vacío, la locura, el amor, y sobre todo da pie para reflexionar sobre el papel reparador de la escritura, ese invento que ofrece la posibilidad de velar las fracturas, no tener que mirarlas de forma directa, lo cual resultaría, ciertamente, insoportable.
La novela se hace estimable merced a un singular juego del lenguaje. Tiene que ver con una función del mismo: la retroacción. Esa sorprendente última página, como punto final, abrocha el sentido de la novela, su verdadera significación. Modifica radicalmente el valor que los acontecimientos habían ido adquiriendo. Porque si a lo largo de sus páginas todo gravitaba alrededor de un amor apasionado, y alrededor de fenómenos elementales de la locura, el final lo trastoca todo revalorizando ese amor como nostalgia de lo que nunca se tuvo, revalorizando la locura por su implicación con el ser, y revalorizando la escritura poética como punto de capitón que produce, al menos, la articulación de una soledad melancólica con la vida. No hay puntuación para la locura y para el amor sin la escritura, ella constituye el invento que hace soportable la vida.
Las páginas de esta novela, por lo tanto, me solicitan una valoración minuciosa de la función reparadora de la escritura en diversas vertientes, dado que todo el relato se desliza hacia su imperiosa necesidad.
En primer lugar, la escritura constituye el invento que realiza la abuela, porque no procura una indagación psicológica que dé cuenta de su mal, sino que realiza una producción directa a partir de ese mal. Es este invento, “sabe hacer” con su mal, lo que permite a la abuela una existencia más digna que la pura locura, implicando a su deseo como contrapartida a la prosaica vida de la norma que no tuvo la suficiente consistencia para estructurarla ni para atarla al mundo.
Es similar a lo anterior decir que la abuela sufre un irremediable exilio –el que todos, de alguna manera hemos de sufrir— exilio de una tierra natal en la que nunca estuvo y que vive como inconmensurable vacío, realizando una creación exnihilo –algo muy propio del arte— que parte de ese agujero que se significa en la carencia del amor, y que provoca tanta angustia que hasta parece que le hubiesen arrancado un trozo de carne de su cuerpo.
Me viene a la memoria un aforismo que dice: “Cuando todo está destruido, la única posibilidad es poética”. Y la abuela lo lleva a la práctica.
En tercer lugar, es patente la articulación de la escritura con el amor. Encontramos a éste en una lógica que exige al otro un reconocimiento de unicidad, o lo que es lo mismo, la aceptación por parte del otro –ambiguo e indefinido siempre— de ese vacío excesivo. Podemos escuchar un clamor apasionado, mudo, clandestino, secreto, que escribe poéticamente un ofrecimiento de ese vacío al otro. “Amor es dar lo que no se tiene”, decía Jacques Lacan. La abuela sostiene de forma angustiosa todo el peso específico de ese vacío, sólo la escritura le permite entregarlo al otro –el veterano—que recibe esa escritura significando retroactivamente toda la obra. Es así como, de forma implícita, podemos hacer propio de la abuela el hermoso proemio que abre la novela: “Si no he de conocerte nunca, haz al menos que te extrañe”.
Y por último, encontramos otra función de la escritura: la restitución de un lugar para el sujeto. Ante el estrago que produce la madre –su insulto atraviesa a la abuela situándola en el mundo con el nombre de loca— la escritura viene a restituirle un lugar, eleva su vacío a la dignidad de un amor plasmado en el poema.
Estamos, por tanto, ante una reparación, más o menos consistente, de lo insoportable de una falta, y ante una invocación que, al ser atendida, va a permitir dignificar esa falta. Lo máximo que se consigue con la escritura, que no es poco, es bordear esa falta y atraparla como nostalgia.
Podemos preguntarnos: ¿Qué exceso, qué verdad, qué peligro se convoca en el amor y en la escritura, que necesitan situarse en la clandestinidad?
Se teme aquello del ser humano que no es fácilmente controlable por la ley. Y el amor es un concepto difícil de significar, sobre todo en la lógica que se presenta, como una pasión excesiva, enigmática, ilógica, superior, desbordante, que convoca a la abuela de forma ineludible. Salvando las distancias, la novela recuerda, no la poesía mística, sino algo de su estructura. El amor apasionado, fuera de los límites racionales, que se escabulle de la palabra pero que sólo puede ser atrapado con ella, de forma precaria, incluso ininteligible, pero trasmitiendo a la palabra, a la poética, toda esa pasión surgida de un lugar enigmático, de un lugar Otro. El poema entraría así en la sólida consistencia de un verdadero acto de sublimación.
Por otro lado, Mal de piedras nos sitúa, de forma explícita, ante un escenario en el que se inscribe un saber importante, la falta de naturalidad en lo concerniente a lo humano. Es ahí donde la abuela sabe que se juega la verdadera vida, fuera de una mentirosa normalidad. Así lo expresa:
“Las cosas no podían ser normales, que por fuerza debían ser más de un modo que de otro”
Y en verdad no son normales, por mucho empeño que la norma ponga en que lo sean. El amor aparece como enigma inclasificable para el que faltan palabras que permitan al ser humano situarse en una lógica universal; el desencuentro es dramatizado en toda su esencia. Al contrario que la lógica femenina, la lógica masculina, inclinándose del lado de la sexualidad, no es subsidiaria del amor, sino que se revela independiente de él; se deja ver como simple satisfacción de las necesidades en una versión mecanicista. Nada del vacío se juega ahí, sólo se trata de una maquinaria que necesita lubrificarse de vez en cuando. Lo masculino y lo femenino son dos polos que se contraponen; y de todo ello se deriva una posición nada natural, la clandestinidad como posición ante un vacío, clandestinidad por exceso del lado femenino, y por defecto del lado masculino.
Finalmente, también resultan llamativas unas palabras del padre. Parecen sugerir que algo ha de funcionar mal para que todo marche medianamente bien:
“No hay que poner orden en las cosas, sino contribuir al jaleo universal y llevar el compás”
Llevar el compás es una forma de armonía dentro del jaleo de lo humano, es la gramática precaria del poema que evoca la nostalgia ante una falta demasiado sólida, es la rúbrica contenida en la proposición última:
“Escriba”.
Miguel Ángel Alonso
Fuente: http://liter-a-tulia.blogspot.com/
ENLACES:
No hay comentarios:
Publicar un comentario