Unos hermosos trapecios, romboides, deltoides y una torneada región glútea.
Juanma Trueba
El día después de la entrega de los Premios Príncipe de Asturias los medios de comunicación de medio mundo coincidían a la hora de señalar al verdadero protagonista de la real gala: el vestido de Yelena Isinbayeva. Fijado el objetivo, surgían las preguntas: ¿acertó con la elección? ¿quebró el protocolo? ¿alteró la solemne concentración de premiados e intervinientes?
La respuesta es sí a todo. La pertiguista saltó con idéntica soltura por encima de los inventores del móvil y de las torres de Norman Foster, entre otros ilustres y sus insignes méritos. Tal fue el impacto, que hasta la Reina, según crónica de Efe, exclamó "¡qué guapa!", sin que nadie le quitara la razón.
Analizado el entorno, conviene entrar al detalle para evitar confusiones. Aquello no era Hollywood, ni la alfombra era roja (era azul), ni el vestido de la bella era color carne (digan nude second skin), ni el escote era indescriptible: por delante se dibujaba en V y por detrás en U, adornado en vanguardia y retaguardia por dos mangas francesas acampanadas, tipo obispo en Fin de Año. Incorporen lentejuelas, falda champán en tres capas de satén y transparencias. Y, por último, añadan (aquí radica la dificultad) unos hermosos trapecios, romboides, deltoides y, por fin, una torneada región glútea.
De esa guisa apareció Isinbayeva y a tenor de sus cualidades físicas nadie podrá decir que el vestido era sugerente o apretado porque la sugerencia y la apretura están en ella. Que no duden los rectores del protocolo que más se hubieran escandalizado si la joven hubiera acudido en escueto traje de faena y con garrocha de cuatro metros.
No fue provocación, por tanto; fue glamour, aire fresco, Audrey con bíceps. Y una nota: si a las damas de la alta sociedad les gustó el vestido, que no busquen el diseñador, que busquen el gimnasio.
Fuente: as.com
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