Larry James (plata), Lee Evans (oro) y Ronald Freeman (bronce)- AP
Larry James
JUAN-JOSÉ FERNÁNDEZ
Los segundos en el deporte no suelen pasar a la gran historia, aunque la mayoría atesoren méritos sobrados para ello. Quizá sólo el ciclista francés Raymond Poulidor fuera una enorme excepción. El atleta estadounidense G. Lawrence James, Larry James, en cambio, fallecido a consecuencia de un cáncer el jueves, el mismo día de su 61º cumpleaños, siempre vivió a la sombra de su legendario compatriota Lee Evans. Consiguió la medalla de plata tras él en los 400 metros de los inolvidables Juegos Olímpicos de México 1968, y la de oro, con él, en el relevo. Pero James, como otros atletas negros de aquella cita única en la altura, no sólo dejó la impronta de su calidad y sus hazañas en la pista, sino que fue uno de los hitos en la larga marcha de su raza para recuperar la dignidad. Cuarenta años después, paradojas de la vida y de la muerte, parece como si James hubiera querido resistir en su enfermedad hasta ver en su país a un presidente que representa los valores por los que él luchó.
Fue uno de los grandes cuatrocentistas de la historia
El 18 de octubre de 1968, habían pasado dos días desde el triunfo de Tommie Smith con su estratosférico récord mundial de 200 metros, y la primera reivindicación del black power (poder negro), junto al medalla de bronce, John Carlos, ambos en el podio tras las entregas de medallas, con los brazos en alto y los puños enguantados en negro. Era ya la imagen política de los Juegos y del olimpismo. Fueron expulsados a costa de salvarse el resto del imparable equipo de EE UU.
En los 400, James estuvo a punto de ganar a Evans, pero éste era el mejor, un supermán de la distancia adelantado a su tiempo. Ya había batido el récord mundial en las selecciones olímpicas de su país, con 44 segundos justos, pero lo había perdido por el tecnicismo de usar unas zapatillas de clavos ilegales. James, segundo siempre, con 44,1, también excelentes, llegó así a México como plusmarquista mundial.
Evans, al que Carlos convenció para correr (y que se arriesgaría después a acoger en su casa al más proscrito Smith), contó de la final olímpica: "Pensaba llegar a la última recta con ventaja suficiente, pero sentí casi el aliento de Larry detrás de mí. Pero, a falta de tres zancadas para la meta, bajó la cabeza y me di cuenta de que podía ganar. Él corrió 399 metros y yo 401. Ésa fue la diferencia". Evans hizo unos extraordinarios 43,86 segundos, pero James, otros no menos formidables 43,97, los únicos dos atletas que en muchos años bajarían de los 44. Ronald Freeman, bronce, se fue a 44,41 segundos, pero sería clave en el relevo.
En la ceremonia de las medallas, los tres fueron con boinas negras significativas, pero no agraviaron al puritano e hipócrita COI tanto como para expulsarlos. Dos días más tarde, el 20, James hacía el tercer relevo del 4 - 400 y le daba el testigo a Evans para batir otro maravilloso récord mundial, dos minutos y 56,16 segundos, que se mantendría 24 años en las listas. Estados Unidos corrió en otra dimensión y sacó más de tres segundos a Kenia, plata. Freeman hizo 43,2 segundos en la segunda posta, oficioso récord de la distancia. Vince Matthews, el primer relevista, repetiría escándalo tras ganar el oro individual (sólo con 44,66 segundos) cuatro años después, en los Juegos de Múnich. Junto a la plata, Wayne Collett, fueron sancionados por ir descalzos, medio vestidos y despreciar la entrega de medallas y el himno estadounidense en otro acto de protesta. La sanción fue esta vez que no pudieron correr el relevo y regalaron otro oro seguro.
James se hizo entrenador y llegó a dirigir el equipo de Estados Unidos en los Mundiales de París de 2003. El estadio del Richard Stockton College de Nueva Jersey, del que fue 28 años decano de programas de atletismo y otros deportes, lleva su nombre y sus logros. Un segundo querido y valorado.
Fuente: el pais.com
ENLACES:
No hay comentarios:
Publicar un comentario