Hamilton, quinto, logra el título al superar a Glock en las últimas curvas, mientras Massa, que se vio campeón, lloraba a pesar de su victoria en casa.
Abrazos, lágrimas, alegría, decepción. Todo eso ocurrió en cuestión de segundos. Felipe Massa estaba convencido de que había ganado el título mundial cuando vio la bandera a cuadros que certificaba su victoria en el Gran Premio de Brasil. Todo el mundo se estaba abrazando, exultante de ilusión en el box de Ferrari con aquella imagen clavada en la pantalla.
Hamilton, con 23 años y 299 días, bate el récord de Alonso de campeón más joven
Vettel, la revelación del año, estuvo a punto de dejar sin corona al inglés
En Ferrari se creyeron ganadores, pero sus abrazos se congelaron al instante
Pero sólo unos segundos más tarde, los abrazos comenzaron a producirse en el taller de McLaren. ¿Qué había ocurrido? Que Lewis Hamilton había conseguido superar a Timo Glock en la última subida del trazado de Interlagos y había cruzado la línea de meta en quinta posición. Justo a tiempo, en el momento preciso, cuando ya todo el mundo lo daba por perdido -de acabar sexto, entregaría el título a Massa- el británico resucitó gracias a la intensa lluvia de las dos últimas vueltas. Massa comenzó a llorar. Los abrazos en Ferrari se congelaron. Hamilton era el nuevo campeón mundial, el más joven de la historia, desplazando a Fernando Alonso -segundo ayer- en este ranking. Y se convertía en el primer británico que gana la corona mundial de la F-1 desde que Damon Hill lo consiguiera en 1996 pilotando un Williams.
Un final apoteósico, épico, que corona a un gran campeón. Hamilton, de 23 años y 299 días, estuvo muy cerca de sufrir su segunda decepción consecutiva en Interlagos cuando vio, a dos vueltas del final, cómo el piloto de Toro Rosso Sebastien Vettel, la revelación del año, conseguía adelantarle y robarle la cómoda quinta posición en que se movía y que le aseguraba el título mundial. Entonces, sí. Entonces toda la tensión atesorada a lo largo de la carrera salió a flote. Hamilton parecía desesperado, estaba aterrado por lo que le estaba ocurriendo. Pero aún así no perdió los nervios. Vio que superar a Vettel era imposible cuando afrontó por última vez la curva de final de recta, el único lugar donde realmente se puede adelantar en Interlagos. No perdió la calma. Se mantuvo en su posición, resignado al desastre que se le avecinaba. Pero entonces una intensa lluvia acudió en su ayuda.
Comenzó a caer agua y la pista se mojó por completo. Y allí, entre los cinco primeros, había un piloto que no había parado a cambiar neumáticos y colocar los intermedios de lluvia. Las condiciones se convirtieron en insostenibles para Timmo Glock, cuarto, hasta el punto de que su coche perdió toda la estabilidad. Tuvo que frenar. Y en la última parte del circuito, en la subida que lleva a las curvas finales, vio cómo Vettel y Hamilton le superaban sin poder ofrecer respuesta. La carrera ya estaba decidida entonces, porque Massa, Alonso y Raikkonen estaban ya atravesando la línea de llegada. Pero el título estaba aún en el aire. Y aquella lluvia inesperada resolvió el problema por su cuenta. Hamilton acabó quinto. Y eso le bastaba.
Sólo entonces cambió todo el decorado de las celebraciones. Sólo entonces el británico perdió definitivamente los nervios, dejó ir toda la tensión y levantó los brazos. Había sido capaz de hacerlo. Había mantenido su carácter bajo control, incluso en los momentos más delicados en los que tenía el título perdido. Y su cabeza había funcionado con la precisión de un reloj suizo tanto en la salida -retrasada por la lluvia y el cambio de neumáticos a intermedios-, como después, cuando la pista se secó y obligó a todos los equipos a cambiar la estrategia y hacer un rápido primer repostaje.
Allí sufrió el primer percance. McLaren permitió que Kovalainen repostara en la misma vuelta que Massa y una después que Raikkonen, Vettel y Alonso, y dejó a Hamilton para la siguiente. Y aquello le costó la pérdida de varias posiciones. De ser cuarto pasó a ser sexto por detrás de Massa, Vettel, Alonso, Raikkonen y Fisichella. El título estaba entonces en manos de Massa. Estaba claro que aquello no podía durar. Pero más que eso lo que se estaba dirimiendo entonces era hasta qué punto el impulsivo piloto británico sería capaz de mantener los nervios bajo control. Y lo logró. Tardó poco en encontrar un hueco, porque la mayor potencia de su coche le daba toda la ventaja. Y recuperó el quinto puesto, que se convirtió en el cuarto tras un nuevo repostaje de Vettel.
Tras el segundo repostaje, Vettel recuperó su posición y Hamilton pasó a ser quinto. Todo parecía decidido. Pero a falta de cinco vueltas comenzaron a caer gotas. Todo el mundo cambió a neumáticos intermedios de lluvia, menos Glock. Y Hamilton se encontró de golpe en quinta posición, amenazado por un Vettel al que no parecía poder frenar. El alemán le adelantó a dos vueltas para la conclusión. El título se le escapaba entre las manos a Hamilton por segunda vez consecutiva y en el mismo escenario, Brasil. Pero luego la lluvia acudió en su ayuda. Y todo se precipitó a su favor. Pudo levantar los brazos, abrazarse a Dennis, a su hermano, a su madrastra y a su madre y llorar en los brazos de su padre, Anthony.
El sueño se había cumplido y McLaren recuperaba una corona que no conseguía desde que el finlandés Mika Hakkinen lo logró en 1999. Ferrari debió conformarse con la victoria de Massa y el título de constructores.
Fuente: el pais.com
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