El científico que descubrió la Teoría de la Relatividad en una de sus clases magistrales.
Un joven y recién licenciado Albert Einstein.
Albert Einstein
José Abad
Una nueva publicación repasa la vida y obra de uno de los científicos que escribiría muchos renglones de la historia de la ciencia en el siglo XX.
Cuando se piensa en quienes escriben la Historia asaltan nuestra mente las figuras de líderes, guerreros o conquistadores cuyas testas coronadas se alzan un palmo por encima de una multitud bajita y anónima. Cuando hablamos de los grandes descubridores, imaginamos almirantes al timón de naves vigorosas que surcan las olas, aventureros con el ceño fruncido y los ojos fijos en la línea del horizonte, enfrentados a los elementos y a la incredulidad general. Y no. No siempre es así. A veces, los anales del mundo se abren a hombrecillos incapaces de sostener una espada, privados de los atributos del héroe, sin tronos ni cetros, los bolsillos vacíos. Albert Einstein es un meridiano ejemplo de esto. La Historia cambió con él y su única aportación fue una simple teoría, la de la Relatividad, que todos hemos mencionado en alguna ocasión, aunque a sólo unos pocos les ha sido dado entender en qué consiste. ¿Y quién era, quién fue este tipo desastrado? Walter Isaacson ha escrito una completa biografía, Einstein. Su vida y su universo, recién puesta en circulación por Debate, capaz de responder a esta pregunta mayúscula y a otras varias minúsculas.
Albert Einstein vino al mundo en el seno de una familia judía, el 14 de marzo de 1879, en la ciudad alemana de Ulm. Como por su condición de hebreo lo hicieron sentirse un extranjero desde pequeño, no causa estupor que, antes de cumplir los diecisiete años, el joven Einstein rechazara la ciudadanía alemana, ni sorprende que después, al ser bendecido por la Fama, Alemania lo reclamara como suyo. Con la fe de sus mayores, empero, mantuvo una relación ambivalente. Instalado en una feliz heterodoxia, Einstein diría del judaísmo: "El judío que abandona su fe se halla en una situación parecida a la del caracol que abandona su concha; sigue siendo un caracol". Fue un niño nada inclinado a relacionarse con otros de su edad, lo que ha llevado a algún historiador a especular con alguna forma atenuada de autismo. No obstante, y en contra de una de las leyendas más arraigadas, que se complacía en presentar a Einstein como un zoquete en la escuela, la biografía de Isaacson demuestra, con las notas en la mano, que fue un buen estudiante, a pesar de cojear en alguna asignatura.
Una vez graduado en el Politécnico de Zúrich, a Einstein le resultó imposible encontrar un puesto como profesor y tuvo que contentarse con mendigar clases particulares aquí y allá hasta hallar un empleo modesto en una oficina de patentes, "un claustro mundano -diría más tarde- donde concebí mis más hermosas ideas". Esas hermosas ideas estaban llamadas a sacudir los fundamentos de la ciencia, con una violencia sísmica no vista desde Isaac Newton, y clausurar de un manotazo todas las teorías previas sobre el Espacio y el Tiempo. Unas propuestas revolucionarias que anticipaban o se sumaban a las de, en otros ámbitos, Sigmund Freud, Pablo Picasso o James Joyce. Eran tiempos de mudanza… "La imaginación es más importante que el conocimiento", declararía Einstein en cierta ocasión. Pues bien, para concebir la Teoría de la Relatividad, y para intentar comprenderla además, la imaginación deviene tan perentoria como el conocimiento.
La cosa es al mismo tiempo una obviedad y un enigma: dos sucesos que se tienen por simultáneos en ciertas coordenadas, no son tales si contemplados desde un sistema en movimiento con respecto al primero. Un presupuesto tan obvio, tan enigmático, sirvió para tirar por tierra las ideas del tiempo y espacio absolutos; ambos dependen de los marcos de referencia, son relativos. Las paradojas espacio-temporales que de ello se deducen son innumerables. La «Paradoja de los gemelos» dice así: "Si un hombre permanece en el andén mientras su hermana despega en una nave espacial que recorre grandes distancias a una velocidad cercana a la luz, cuando regrese, ella será más joven que él. Pero dado que el movimiento es relativo, esto parece plantear una paradoja: la hermana que está en la nave espacial podría pensar que es su hermano, en la Tierra, el que está realizando el viaje a gran velocidad, y al reunirse de nuevo, ella esperaría observar que era él quien había envejecido menos". Puntos suspensivos…
A Einstein le gustó nadar río arriba, a contracorriente. Se pronunció a favor del internacionalismo y del pacifismo en los años en que los fascismos europeos, bien alimentados por las ideas sacralizadas de la Nación y la Raza, convirtieron Europa en un cenagal, primero, y al mundo en un cementerio, luego. De Alemania, en 1933, diría que "vive en un trastorno psíquico de las masas", husmeando en el aire lo peor de la psicosis nazi. Su defensa de la paz no haría de él un ingenuo; en su momento advirtió que ante Adolf Hitler no cabía cruzarse de brazos y la Historia no tardaría en darle la razón. Políticamente, Einstein defendió un socialismo democrático a favor del individuo, contrario a la jerarquía; en su concepción del socialismo, la autoridad podía cuestionarse y el ciudadano no perdía su centralidad (O sea, nada que ver con las experiencias soviética, china o cubana). "El respeto ciego por la autoridad -declaró- es el mayor enemigo de la verdad".
El carácter excéntrico de Einstein - "Un tipo cuerdo en un mundo de locos", según Bertrand Russell-, ese aspecto de profesor chiflado, esa pelambrera hostil, esos bigotes de teleñeco, lo convirtieron en un personaje enormemente popular. Hasta Hollywood llegó a proponerle su participación en alguna película. Y como a toda celebridad que se precie, también él gustó de codearse con otras celebridades, ya fuera Charles Chaplin, ya Winston Churchill, ya Sigmund Freud, a quien se debe la preclara sentencia de "Einstein sabe tanto de psicología como yo de física". De todos modos, no se durmió en los laureles. Cuando murió, el 18 de abril de 1955, aún estaba dándole vueltas a las ecuaciones de su Teoría del Campo Unificado; uno de sus últimos comentarios fue: "¡Si supiera más matemáticas!".
En resumen, un libro notable sobre un personaje sobresaliente que consigue el milagro de enganchar incluso a quienes como el arriba firmante, que es de letras, siempre ha mantenido una relación con las ciencias basada en la perplejidad.
Fuente: granada hoy.com
ENLACES:
José Abad
Una nueva publicación repasa la vida y obra de uno de los científicos que escribiría muchos renglones de la historia de la ciencia en el siglo XX.
Cuando se piensa en quienes escriben la Historia asaltan nuestra mente las figuras de líderes, guerreros o conquistadores cuyas testas coronadas se alzan un palmo por encima de una multitud bajita y anónima. Cuando hablamos de los grandes descubridores, imaginamos almirantes al timón de naves vigorosas que surcan las olas, aventureros con el ceño fruncido y los ojos fijos en la línea del horizonte, enfrentados a los elementos y a la incredulidad general. Y no. No siempre es así. A veces, los anales del mundo se abren a hombrecillos incapaces de sostener una espada, privados de los atributos del héroe, sin tronos ni cetros, los bolsillos vacíos. Albert Einstein es un meridiano ejemplo de esto. La Historia cambió con él y su única aportación fue una simple teoría, la de la Relatividad, que todos hemos mencionado en alguna ocasión, aunque a sólo unos pocos les ha sido dado entender en qué consiste. ¿Y quién era, quién fue este tipo desastrado? Walter Isaacson ha escrito una completa biografía, Einstein. Su vida y su universo, recién puesta en circulación por Debate, capaz de responder a esta pregunta mayúscula y a otras varias minúsculas.
Albert Einstein vino al mundo en el seno de una familia judía, el 14 de marzo de 1879, en la ciudad alemana de Ulm. Como por su condición de hebreo lo hicieron sentirse un extranjero desde pequeño, no causa estupor que, antes de cumplir los diecisiete años, el joven Einstein rechazara la ciudadanía alemana, ni sorprende que después, al ser bendecido por la Fama, Alemania lo reclamara como suyo. Con la fe de sus mayores, empero, mantuvo una relación ambivalente. Instalado en una feliz heterodoxia, Einstein diría del judaísmo: "El judío que abandona su fe se halla en una situación parecida a la del caracol que abandona su concha; sigue siendo un caracol". Fue un niño nada inclinado a relacionarse con otros de su edad, lo que ha llevado a algún historiador a especular con alguna forma atenuada de autismo. No obstante, y en contra de una de las leyendas más arraigadas, que se complacía en presentar a Einstein como un zoquete en la escuela, la biografía de Isaacson demuestra, con las notas en la mano, que fue un buen estudiante, a pesar de cojear en alguna asignatura.
Una vez graduado en el Politécnico de Zúrich, a Einstein le resultó imposible encontrar un puesto como profesor y tuvo que contentarse con mendigar clases particulares aquí y allá hasta hallar un empleo modesto en una oficina de patentes, "un claustro mundano -diría más tarde- donde concebí mis más hermosas ideas". Esas hermosas ideas estaban llamadas a sacudir los fundamentos de la ciencia, con una violencia sísmica no vista desde Isaac Newton, y clausurar de un manotazo todas las teorías previas sobre el Espacio y el Tiempo. Unas propuestas revolucionarias que anticipaban o se sumaban a las de, en otros ámbitos, Sigmund Freud, Pablo Picasso o James Joyce. Eran tiempos de mudanza… "La imaginación es más importante que el conocimiento", declararía Einstein en cierta ocasión. Pues bien, para concebir la Teoría de la Relatividad, y para intentar comprenderla además, la imaginación deviene tan perentoria como el conocimiento.
La cosa es al mismo tiempo una obviedad y un enigma: dos sucesos que se tienen por simultáneos en ciertas coordenadas, no son tales si contemplados desde un sistema en movimiento con respecto al primero. Un presupuesto tan obvio, tan enigmático, sirvió para tirar por tierra las ideas del tiempo y espacio absolutos; ambos dependen de los marcos de referencia, son relativos. Las paradojas espacio-temporales que de ello se deducen son innumerables. La «Paradoja de los gemelos» dice así: "Si un hombre permanece en el andén mientras su hermana despega en una nave espacial que recorre grandes distancias a una velocidad cercana a la luz, cuando regrese, ella será más joven que él. Pero dado que el movimiento es relativo, esto parece plantear una paradoja: la hermana que está en la nave espacial podría pensar que es su hermano, en la Tierra, el que está realizando el viaje a gran velocidad, y al reunirse de nuevo, ella esperaría observar que era él quien había envejecido menos". Puntos suspensivos…
A Einstein le gustó nadar río arriba, a contracorriente. Se pronunció a favor del internacionalismo y del pacifismo en los años en que los fascismos europeos, bien alimentados por las ideas sacralizadas de la Nación y la Raza, convirtieron Europa en un cenagal, primero, y al mundo en un cementerio, luego. De Alemania, en 1933, diría que "vive en un trastorno psíquico de las masas", husmeando en el aire lo peor de la psicosis nazi. Su defensa de la paz no haría de él un ingenuo; en su momento advirtió que ante Adolf Hitler no cabía cruzarse de brazos y la Historia no tardaría en darle la razón. Políticamente, Einstein defendió un socialismo democrático a favor del individuo, contrario a la jerarquía; en su concepción del socialismo, la autoridad podía cuestionarse y el ciudadano no perdía su centralidad (O sea, nada que ver con las experiencias soviética, china o cubana). "El respeto ciego por la autoridad -declaró- es el mayor enemigo de la verdad".
El carácter excéntrico de Einstein - "Un tipo cuerdo en un mundo de locos", según Bertrand Russell-, ese aspecto de profesor chiflado, esa pelambrera hostil, esos bigotes de teleñeco, lo convirtieron en un personaje enormemente popular. Hasta Hollywood llegó a proponerle su participación en alguna película. Y como a toda celebridad que se precie, también él gustó de codearse con otras celebridades, ya fuera Charles Chaplin, ya Winston Churchill, ya Sigmund Freud, a quien se debe la preclara sentencia de "Einstein sabe tanto de psicología como yo de física". De todos modos, no se durmió en los laureles. Cuando murió, el 18 de abril de 1955, aún estaba dándole vueltas a las ecuaciones de su Teoría del Campo Unificado; uno de sus últimos comentarios fue: "¡Si supiera más matemáticas!".
En resumen, un libro notable sobre un personaje sobresaliente que consigue el milagro de enganchar incluso a quienes como el arriba firmante, que es de letras, siempre ha mantenido una relación con las ciencias basada en la perplejidad.
Fuente: granada hoy.com
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