Con frecuencia recuerdo sitios que conocí en mi niñez, como la casa de mis abuelos en Fuente Álamo. Una casa llena de personas mayores, un lugar donde todo cobraba forma, un descubrimiento continuo de la vida.
Cuenta mi padre…Mi madre se levantaba muy temprano y organizaba el “almuerzo” para todos nosotros. Siempre tenía preparados unos panes muy grandes de harina de trigo, gazpachos, gachas, un buen plato de tajadas de tocino, longanizas, morcillas y magra. Al mismo tiempo preparaba la “merienda”, para los que iban a salir a trabajar al campo durante todo el día. Yo le ayudaba mucho en aquellos quehaceres de la casa.
A mí me habían encomendado varias tareas: la obligación, todos los días, de echar paja del pajar a la pajera, de sacar las mulas, los domingos por la tarde, a la fuente, a que bebieran agua, y después echarles pienso para que comieran.
Un domingo estaba yo jugando con los amigos en la plaza. Vimos venir andando, en dirección hacía donde estábamos nosotros, a una chica que le llamaban “la morena”, no había en el pueblo una muchacha más bonita que aquella. “La morena” estaba trabajando con Victoriano, que tenía un bar. Subía ella por la Plaza del Ayuntamiento, con su capazo de ropa apoyado en la cabeza. El agua le bajaba por la cara, empapándole la camiseta.
Los amigos nos miramos y nos reímos.
¿A que no te atreves?
-Que no, ahora veréis.
Me acerco a “la morena”, le pongo las manos en la delantera, sin ninguna malicia, y le digo: ¿por aquí también te baja el agua?
Ella entonces tira el capazo de la ropa, va a mi casa y se lo cuenta a mis padres llorando.
Tuve la extraña impresión de que mi chulería la iba a pagar cara. Eran numerosas las posibilidades que tenía de que me tocase el premio que se iba a rifar. Y efectivamente, ¡¡madre mía la que se armó!!
Vuelvo a mi casa, de darle agua a las mulas, y mi madre me dice que mi padre me andaba buscando. Y cierto fue, pues me encontró en la puerta de la casa de Pedro, el de Emiliana.
Me dijo, dame los ramales. Le miré la cara descompuesta que traía y obedecí en el acto.
Los ramales de las mulas, que estaban recién estrenados, fueron el instrumento perfecto para que compusiese la sinfonía más desagradable que me dedicó en toda su vida. La paliza fue de época...
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Esta entrega se la dedico a mi sobrino Kike, para que al leer la vida de su abuelo, le conozca un poco más. Un abrazo. Blas.
ResponderEliminar¿Qué edad tenias?, ¿Y ella?
ResponderEliminarSeguro que fue ese día cuando descubriste tus cualidades para el atletismo corriendo delante de tu padre.
Sorprendente la historia, un abrazo Blas.
No era yo el que jugaba en la plaza con los amigos, era mi padre y el que arreó badana mi abuelo, que menudas pulgas tenía.
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