Un nuevo día empezaba a amanecer, era domingo y como tantos otros yo me disponía a viajar hasta Madrid. El autobús me llevó desde Getafe hasta Palos de Moguer. Desde allí hice el trayecto en metro hasta Moncloa y por último otro autobús hasta el final del viaje: El Parque Sindical de Puerta de Hierro.
Se me había olvidado despedirme de mis padres y una ligera preocupación se apoderó de mí. Enseguida conseguí apartarla de mi cabeza.
Con el carné de la Federación de Atletismo de Madrid, accedí al parque sin pagar. Sólo tuve que enseñarlo en la entrada.
La inscripción, para poder participar, se cerraba una hora antes de la fijada para el comienzo de cada prueba, motivo por el cual teníamos que madrugar.
Si te retrasabas, si llegabas tarde, ese día te tocaba descansar, no podías correr. Aquella mañana yo tenía intención de realizar una prueba bastante atípica: la de 1000 metros obstáculos. Dos vueltas y media a la pista, pasar la ría dos veces. Era una carrera muy corta y por lo tanto muy rápida.
Los obstáculos se programaban pocas veces y era la primera vez que los iba a correr.
En cuanto sonó el disparo se hizo un grupo muy numeroso en cabeza. Como la compañía no me resultaba agradable, aceleré el ritmo. Con gran rapidez y energía me puse al frente de la carrera. Miré de reojo y vi que no me seguía nadie, pensé, esto va bien, así voy más cómodo.
Yo pensé que debía afrontar el paso de la ría y de los obstáculos con decisión, pero creo que me excedí un poco, algo menos de coraje me hubiese servido para no llegar tan mal a la última recta.
Al saltar el primer obstáculo llevaba varios metros de ventaja, que perdí al pasar la ría. Me caí en el centro, empapándome hasta los calcetines.
Los primeros obstáculos los pasé sin pisarlos. Después las dificultades aumentaron, mejor diré que fue el cansancio. Terminé pisándolos, perdiendo el ritmo de carrera.
Las piernas me pesaban como el plomo. Los brazos los movía con poco control. La alegría de irme solo la pagué muy cara. Ya era tarde para rectificar, había gastado demasiada energía en los cambios de ritmo. Lo único que me quedaba hacer era aguantar como pudiese hasta el final.
Crucé la meta en un tiempo de 3 minutos y 5 segundos, que no estaba nada mal. Mi record, en 1000 metros lisos, lo tenía en 2 minutos y 44 segundos.
Aquella mañana descubrí mi poca experiencia en las pruebas de obstáculos.
Cuando terminamos de correr nos fuimos a dar un chapuzón a la piscina. Allí pasamos todo el día. Hacía un tiempo muy caluroso. Mi madre me había preparado dos bocadillos y fruta.
Cuando regresé a Getafe ya era tarde. Se había hecho de noche y ya era hora de acostarme. El cielo estaba cubierto de estrellas. Su visión me resultó muy agradable.
La alegría de aquel trepidante día, había apartado de mi cabeza las preocupaciones.
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