En cuanto terminó la Jura de Bandera, casi, se acabó nuestro compromiso con el Ejército.
Nos colocamos en fila, y muy ordenados fuimos pasando a recoger nuestros efectos personales, a entregar el material que nos habían prestado: el armamento, la ropa para la litera…
Tuvimos una comida especial para celebrar la Jura, era la costumbre. En un corto espacio de tiempo habíamos cambiado de estatus; acabábamos de incorporarnos al escalafón, éramos soldados. Nos sentíamos orgullosos de nuestro nuevo estado, pero sobre todo estábamos pensando en el permiso indefinido que nos habían concedido y que nos permitiría incorporarnos a la sociedad civil, a nuestro trabajo, a dormir en nuestras casas, retomando las ilusiones de nuestras vidas, que habíamos dejado aparcadas hacía solamente tres meses, pero que a mí me parecía una eternidad.
Estábamos citados para coger los autobuses que nos llevarían de vuelta a nuestro domicilio, en mi caso hasta Madrid.
La partida se hizo puntualmente a las seis de la tarde.
Desde mi asiento, yo contemplaba la dilatada alineación de los autobuses, dispuestos a iniciar la marcha. Mi mirada se posaba suavemente en el horizonte, observando las nubes que empezaban a cubrir el cielo; en aquel momento mi rostro fue sacudido por el polvo que levantaban los primeros vehículos que se ponían en movimiento, como el de una era polvorienta.
No, no te vuelvas hacía atrás –me dijo mi compañero de asiento. Es mejor disfrutar de la alegría que se respira aquí dentro. Los malos momentos ya han pasado y no merece la pena recordarlos.
Durante unos instantes me quedé pensativo, recreándome en los recuerdos que me hacían feliz. Opté por replegarme a posiciones más cómodas y mirar al sol, que nuevamente empezaba a surgir de entre las nubes.
Durante años me he preguntado a veces que me dejé yo en el Cuartel, que parte de mi vida perdí o abandoné, pero nunca fui capaz de encontrar la respuesta. Hace tiempo que ya no me lo pregunto.
A lo lejos se divisaban las primeras luces de la capital. Si el tráfico no estaba muy mal en los últimos kilómetros, llegaríamos antes de que se hiciese de noche. Todo se desarrolló como estaba previsto. Llegamos a Moncloa y terminamos nuestra primera etapa en el Ministerio del Aire, junto al Parque del Oeste…
…En el centro del Parque existe una fuente con un caño de agua cristalina y fresca, que hace las delicias de quienes la beben.
Desde hace muchos años subsiste una leyenda, que ha sido trasmitida de generación en generación, sobre las propiedades medicinales del agua de esta fuente.
Son muchas las personas que la visitan a diario, para llenar sus garrafas que luego beberán con devoción de creyentes.
Yo conocía muy bien aquel maravilloso entorno, por cuyas sendas había realizado bastantes entrenamientos, antes de mi viaje a Valladolid.
Al estar situado cerca de la Ciudad Universitaria y del INEF, era el lugar idóneo, cuando no queríamos bajar a la Casa de Campo, para realizar entrenamientos de calidad, en los que buscábamos desarrollar la potencia.
Los entrenamientos en cuestas tenían mucha aceptación entre nosotros.
Podíamos hacerlas largas pero suaves, corriendo paralelos al Paseo de Moret, o adentrarnos más en el interior del Parque. Elegir aquellas subidas que más se adecuaran a nuestro estado de forma, y que siempre estaban más apartadas de las miradas de los curiosos, que no dejaban de sorprenderse de ver correr a unos jovenzuelos en pantalón corto. Éramos una atracción, en la segunda mitad de los años sesenta del siglo pasado.
El fartlek era un método que nos gustaba mucho hacer, nos permitía correr a nuestro libre albedrío, subiendo, bajando, cambiando el sentido de la carrera, cambiando el ritmo y buscando, al ser un ejercicio en libertad, aquellos lugares en donde nuestra mente se recreaba con el descubrimiento de sensaciones nuevas e imposibles de describir.
Estábamos muy cerca de la naturaleza. Sintiéndonos muy cómodos. Sin extrañeza. Con la sensación de realizar nuevas conquistas personales.
Años después, ejerciendo yo como entrenador, sería uno de los entrenamientos que a mis atletas más les gustaba realizar en el Cerro de los Ángeles de Getafe.
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