La tarde presagiaba tormenta. El cielo se iba ennegreciendo por momentos. Pronto empezaría a llover. Aquel año de 1967 se habían producido muchas precipitaciones. Si nos dábamos prisa podríamos terminar de marcar los circuitos, para que se pudieran celebrar, al día siguiente, las pruebas de Campo a Través, en la Casa de Campo de Madrid. La salida y la llegada, de las diferentes carreras, estaba situada a escasos metros del recinto vallado, donde se mantenían recluidos a los camellos, cerca de donde actualmente hay unas pistas para jugar al tenis. El circuito mas largo llegaba hasta la Caseta del Guarda, daba allí la vuelta y seguía paralelo a la carretera que va al Parque de Atracciones, después se adentraba en el Pinar de las Siete Hermanas.
Se acababa de levantar un viento frío del sur y la humedad ya se respiraba en el ambiente.
Habíamos quedado con Carlos Pérez del Guzmán, en la salida del suburbano, en la estación de El Lago. Él era el vicepresidente de la Federación Madrileña de Atletismo. Carlos vivía en la Puerta del Ángel y era el encargado de preparar el terreno, trazando una línea con yeso o con cal, dependía del tiempo que hiciera, a lo largo del recorrido donde el domingo correrían los atletas en las diferentes salidas programadas por la FAM.
El trabajo se terminaba el día de la prueba, muy temprano, en cuanto amaneciese. Clavando unos banderines de madera con la publicidad de Coca Cola. Los empleados de la empresa de refrescos venían con una furgoneta llena de botellas, no existían todavía las latas, y nos daban una a todos los que habíamos acabado la carrera. El encargado siempre era la misma persona. También instalaba él la pancarta de meta y el embudo de llegada, con unas vallas publicitarias.
Los atletas, para no perderse ni equivocarse cuando corrían, tenían que dejar siempre los banderines a su izquierda.
La franja de terreno que estábamos atravesando se encontraba cubierta por una capa de fina hierba. Al borde la carretera se alzaban con majestuosa solemnidad las copas de los pinos.
¿Por qué tienes que marcar el circuito con tanta clase de detalles? –le pregunté a Carlos.
-Mira, me dijo, hacer este marcaje es una tradición. Es como un ritual. Es mi manera de hacer las cosas. Siempre lo he hecho así y creo que continuaré de la misma forma hasta que tenga fuerzas o pierda la ilusión.
Me quedé en silencio. No supe que decirle. Volví la cabeza y pude contemplar las huellas de un trabajo bien hecho.
Creer en nuestros propios pensamientos y ser capaz de trasmitirlos a los demás. Darle voz a la idea que late en nuestro interior. Muchos rostros nos dejan una profunda huella y otros nos son totalmente indiferentes. Para mi Pérez de Guzmán fue una persona excepcional.
Tuvimos que acelerar el paso para no mojarnos, pues ya empezaban a caer las primeras gotas de lluvia.
Entramos a la estación, con la sensación de que no habíamos realizado el marcaje con demasiado aprovechamiento. Pensábamos que aunque Carlos había hecho una línea bastante gruesa, parte de ella se iba a borrar si llovía mucho. Nos dijo que ya lo comprobaríamos al día siguiente. Que si era necesario la remarcaría.
Nos subimos otra vez al Suburbano y después de trasbordar acabamos en la Puerta del Sol. Andando por la calle Arenal llegamos a la Iglesia de San Ginés, situada a escasos metros de nuestro destino: la CHOCOLATERÍA SAN GINÉS. Allí fue donde acabamos la tarde del sábado. En la barra tomando una taza de chocolate caliente con churros, que nos reconfortó totalmente del frío que traíamos.
A la mañana siguiente, el domingo, corrí el cross en la categoría júnior. La distancia fue de cuatro kilómetros. La prueba la ganó José María Morera. Yo fui tercero después de hacer un gran esfuerzo y sufrir mucho sobre el barro que se había formado, debido a la lluvia que había caído la noche anterior.
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